¿Adónde os fuisteis amado mío? ¿Dónde os escondisteis que mi vista no os alcanza y me nubla los sentidos este vacío de vos? ¿Adónde os marchasteis sin procurarme más consuelo para esta llaga ardiente en los adentros que me dejasteis la primera vez?
Qué cauterio habrá para sanar esta herida carmesí que no sea vuestro vigor, qué remedio encontraré para apaciguar este fuego que me quema las entrañas y me hace taponar con los torpes dedos la rendija por la que el gozo se me derrama a cada instante fluyendo incontenible.
Venid a mí y llenaos de mí como yo me llenaré de vos, gozándonos en la oscura noche del alma huérfana. Tomadme de una vez y despojadme de hábitos, arrancadme los cilicios como si queréis arrancarme la piel a tiras, cabalgad sobre mis lomos, adueñaos de mi cuello, brincad sobre mis muslos do se consumen de ardor, libad el néctar de mis senos y llenadme hasta que quede ahíta como aquella vez primera. Yo yaceré junto a vos, dócil como una gacela que acude presta a beber de vuestro manantial inagotable, enhiesto surtidor que sacia la sed más profunda y aplaca el fuego más vivo. Me reclinaré a vuestro costado para incendiaros con esta misma fiebre en la que peno los días y me consumen las noches y luego aguardaré impaciente vuestra arremetida como cordero conducido al matadero que venera la mano sabia del matarife que ha de ahondarle la herida por la que se desvive. Regocijémonos hasta que la alborada anuncie el nuevo día y esta llaga infinita que me corroe las entrañas haya encontrado en vos el socorro que procura.
Mirad que me tenéis desnuda y trémula, el alma en vilo porque os la di igual que el cuerpo. Vos rasgasteis el velo de mi templo la primera vez llenándome de un contento que nunca más he sentido. Qué me disteis que me turbasteis por entero, en qué jerga hablaba vuestra lengua lisonjera mientras acariciaba mis pechos hasta que los hicieron manar leche y miel, tierra prometida adonde me llevasteis a pacer, verde pradera de infinitas proporciones donde se consumó el tiempo. Qué fue lo que me hicisteis, amado mío, que tan herida me dejasteis sin consuelo posible, ni remedio de las hermanas que conmigo viven ni sosiego espiritual alguno, qué hondo me penetrasteis cuando tensasteis vuestro viril arco que disparó la flecha que me ha herido para siempre.
Disparad contra esta humilde sierva las lanzas que por mí se enhiestan, hincad la pica do más lejos llegue y adueñaos de esta plaza que a vos y a nadie más se rinde, suplicante y húmeda bajo la lluvia dorada de Dánae.
4 comentarios:
que linda foto !!
Excelente texto ¿se sabe quién puede ser sor Virginia?
Ni bajo secreto de confesión...
me encanta como está escrito y el lenguaje que a utilizado. felicidades.
Publicar un comentario