Algunos piensan que tu defecto es la
frialdad. Cuestión de gustos: para mí es la mejor de tus virtudes. Mi calor
corporal encuentra así el contraste necesario para llegar a la más profunda de
las satisfacciones. Digo yo que bastante tibieza tiene la vida para tener que
cargar con placeres templados y hasta tibios, que ya dijo alguien que a los
tibios los expulsaría de su lado y yo añadiría a las tibias, que en mi religión no caben de ninguna manera. El color
de tu piel también tiene opiniones para todos los gustos, que hay defensores de
la tez morena y hasta acérrimos seguidores de cuerpos negros embutidos en
anchuras estriadas a las que sólo les hace falta un asa. Un exceso, vamos. De
negrura y de peso. Porque yo te deseo así, bien rubia, sin mácula ni lunares,
casi transparente, con ese aire de frialdad nórdica que tanto gusta en estos
lares. Transparente de piel y de vestimenta, sin intermediarios, sin vestidos
chillones que te desvirtúen, con leves veladuras que permitan ver la belleza de
tu desnudez en toda su integridad. Así, así. Todo tu cuerpo en mis manos y tú
completamente ofrecida a mis deseos. Ya sabes que me gusta poseerte la primera
vez de forma rápida, pasional, casi irracionalmente. Sabes que de pie es como
más me gusta, entra mucho mejor. Si acaso, apoyado sobre una barra. Creo llegar
al primero de los orgasmos cuando te he poseído por completo, sin paladearte,
un solo cuerpo, una sola persona. Tú en mí y yo en ti, con rapidez, con la
humedad de leves restos de espumas blancas sobre mis satisfechos labios.
Siempre habrá tiempo para más. Aunque la segunda vez procuraré saborearte. Al
principio con una acometida fuerte, para que sepas dónde estoy. Luego
entrecortadamente, poco a poco, hasta llegar al momento final, ese sorbo de
placer que satisface y que aviva deseos. Porque no habrá dos sin tres, porque
tú siempre estás dispuesta a la repetición y yo me haré poco de rogar en esta
orgía compartida. No me cabe duda de que en reunión sabes mejor. Y tú no te
cortas en absoluto. Quizás en el tercero llegue el ritmo pausado, el paladeo e,
incluso, una leve sensación de hartazgo. El final me dirá que no. Que los dos
queremos repetir. Que no hay fin para el placer. Que nuestros cuerpos aguantan.
Que como las rubias no hay ningunas...
¡Vamo
a echá la penúltima!