domingo, 12 de febrero de 2017

SUMMUM por Lourdes N.J.






Brotas sobre mi cuerpo como una enredadera
deslizándote entre mis piernas, carne de tu carne
que huele a hierba fresca donde vuelan las amapolas.
Suben por mis nalgas  tus manos,
las posas en mis ingles hasta llevarlas a mis pechos
cuerpo con cuerpo has desprendido tanta calor
que mis brazos te abrazan para fundirnos en uno.

Siseo como una serpiente buscando tu boca
para esculpir el veneno en amor puro
donde la saliva ha humedecido nuestros rostros
pausadamente.

Mira si te quiero tan dentro de mí
en mi vida perdida y alborotada
que te riego de amor hasta lo más profundo de tu ser
hasta llegar a la sangre de tus venas
suplicando que tu corazón no pare de gemir con sus latidos
con tu cuerpo desnudo ante la penumbra de nuestra intimidad,
en mi cuerpo sinuoso temblando de placer.

Siempre te busco, cita en tu mirada perdida, preciosísima,
bella como los amaneceres de los huertos con sus frutos
donde nos comemos hasta la libido que ha hecho
que tiemblen los sueños que teníamos esculpidos.

Santos todos nuestros pecados que no vinieron sino
a encontrar entre unas sábanas blancas
lo que no hallaron en esos pozos donde sus enredaderas
con otros cuerpos desnudos, quedaron marchitas.

lunes, 6 de febrero de 2017

ESTUDIO por Diego Espejo de la Torre



-Nadie…

Las sílabas le llegaban envueltas en el celofán del jazmín, en el aroma redundante de la dama de noche. Mis manos sostenían la rotunda desnudez de los pechos. En la alcoba, un roce que se prolongaba más allá de la ventana donde moría lentamente el ocaso de junio.

-Nadie…

Hablaba con una voz de aceite antiguo, como si esa palabra fuera una veladura que, al repetirse en los trazos de la letanía, impregnara el lienzo transparente y pesado del aire. Mi boca buscaba las cimas tiernas y rosas, esas flores que me dañarían para siempre en cuanto me cabalgara con un ritmo horizontal que arañaba mi pecho con sus pezones.

-Nadie…

Dejaba los puntos suspensivos colgados del calor que nos apretaba con una humedad de siglos. Sus muslos eran un pantano abierto, una ciénaga que olía a gloria. Mis dedos se enredaban en la nebulosa trágica de su pelo. La sangre estaba a punto de reventarme los adentros. Entonces ella explotó como sólo puede hacerlo un átomo descarriado. Al caer sobre la almohada, la frase se completó como un puzzle harto de sus huecos.

-Nadie ha llegado donde tú llegas.

Y repitió el mantra para que yo me deshiciera en la lava blanca que la inundó por dentro.
-Nadie…