miércoles, 27 de agosto de 2014

MI INSTITUTRIZ por Humberto G.

Iba a casa a darme clases de apoyo pero, a veces, se quedaba para cuidarme ya que mis padres viajaban mucho y ella prestaba también ese servicio. La cosa es que a pesar de ser un adolescente mis padres no se habían fijado en que yo ya no necesitaba ningún cuidado. O más bien no se fiaban de mí. El caso es que la institutriz que me daba clase de buenas maneras, idiomas, literatura y lo que se terciara, pasó casi un año entero, con diversas interrupciones, conviviendo conmigo.
Eyaculé en su rostro porque ella me lo pidió y jugábamos a otras cosas que ella me proponía como un juego aunque yo ya no era un niño ni a eso se le pueden llamar juegos. Mandaba mucho la institutriz y me indicaba lo que debía hacer como un mandato, por eso lo llamo juego porque yo obedecía para complacerla.
-Colócate ahí…, no, boca arriba…
Y yo obedecía y ella se colocaba encima, “Abre la boca” y yo la abría, “ahora saca la lengua”, “¡Más!”, y así.
Otros días traía cuerdas y me decía que la atara a algún sitio aunque daba igual porque atada también me decía lo que debía hacer. En otra ocasión trajo un tarro de mermelada y así.
-Debes prometerme una cosa.
-Lo que quieras.
-Nunca le dirás a nadie lo que vas a ver a continuación.
-Lo juro.
Ahora el juramento no tiene sentido. La primera vez que me mostró sus intenciones, cuando estuvo segura de mí,  se me desnudó delante toda blanca como la leche, un voluminoso monte de Venus, frondosamente cubierto de un vello negro  y se masturbó sin ni siquiera sentarse. De pié.
Alguna vez, alguna mujer, en alguna circunstancia, me ha dicho que tengo costumbres raras. Siempre les digo que a mí me enseñaron así.

sábado, 16 de agosto de 2014

CON MI ALIENTO EN TU OIDO por Luis del Castillo

Con mi aliento en tu oído,
Mis labios te susurran un amor nunca antes vivido.
Con un roce de mis dedos,
Mis manos recorren tu cuerpo
Y te aprietan contra mí mientras te rozan un te quiero.
Mi boca en la tuya,
Se engullen una a la otra;
Mi torso entre tus piernas,
Devorado por tu cuerpo,
Engullido, atrapado.
Y no quiero salir de él
Más que para a él volver;
Volver a tí amor mío.
Con un te quiero en mis labios,
Con un te quiero en mi boca,
en mis dedos, en mi cuerpo...

lunes, 11 de agosto de 2014

LAS REGLAS DEL JUEGO por Juan Bragas



La dejó entrar primero en su cuarto no por mirarle el culo sino por educación. Eligió puerilmente su cuarto, “Yo me pido en mi cama” y los otros tres se rieron.
Una vez allí de sopetón le desapareció aquella ensoñación que siempre le provocaba el alcohol y empezó  a ver claramente la nueva coyuntura, la consecuencia de lo que habían decidido hacía sólo unos momentos en una sala de la planta de abajo: allí estaba, en su habitación, con la mujer de su mejor amigo y la mejor amiga de su mujer en disposición, pactada, de follar.
-Debemos actuar como personas maduras –dijo su amigo hacía sólo un rato- poniendo una serie de reglas que nos permitan sobrevivir a esta experiencia y mantener intacto todo como antes…
-Somos gente madura, joder. Es una vivencia que puede ser muy bonita –dijo la mujer de su amigo.
Su mujer no decía nada. Miraba tranquilamente a todo el que hablaba sin emitir sonido y, este hecho, le hizo zambullirse de nuevo en esa nebulosa de dolor que para él había sido siempre las experiencias anteriores de su mujer. Esa inmutabilidad de ella, ese consentimiento que era no oponerse a lo planteado,  le provocó una mezcla de lujuria y sufrimiento.
Las reglas que dispusieron fueron las siguientes:
-no hablar jamás de lo que ocurriera aquella noche, 
-pasar el día siguiente juntos para evitar huídas hirientes y hacer más fuerte su amistad y
-no hacer ruido ya que los cuartos estaban muy cercanos.
En la soledad de sus pensamientos, una vez se encontró a solas con la mujer de su amigo, le vinieron claramente a la cabeza todas las fantasías que había tenido acerca de ella (que las había tenido) desde que su amigo se la presentó, a saber: cómo serían sus pezones, su cara, su ansiedad si la hubiere, dónde dirigiría su mirada una vez desnudos,  etc. De modo que no tuvo que improvisar, solo poner en práctica la lección tantas veces repasada. Con diligencia y sin recato.
A la mañana siguiente, su mujer fue la última en llegar a la mesa. Dio los buenos días. Todos se habían sonreído un poco forzadamente al encontrarse en la cocina. En silencio se entretenían cambiando cosas de sitio, preparando el desayuno, poniendo cosas en la mesa…, todo porque se sentían incapaces de mirarse a la cara. Todos actuaban con una contenida incomodidad.
Sin embargo, al llegar su mujer la miró fijamente por ver si en ella descubría alguna señal de lo sucedido aquella noche. Una felicidad fuera de lo común por ejemplo. Entonces, ella se sentó en su silla, cogió un trozo de pan en el que untó mermelada y tras un bostezo que creó expectación en los otros tres dijo:
-La próxima vez lo hacemos en la misma habitación los cuatro.