viernes, 28 de octubre de 2011

TRICIA Por Sweet Rock and Roller.

Éramos demasiado jóvenes y estúpidos, quizá. Tal vez por eso, de todo aquello no supimos guardar nada más que el rescoldo de una noche. Y ese rescoldo, brasa incandescente del deseo, ha seguido desde entonces ardiendo en nuestra memoria.

‘Suavemente’, me rogabas al oído en tu idioma, tratando a duras penas de templar el fuego donde yo pretendía consumirte. Sólo cuando nuestras bocas, llevadas por el ansia y la agonía, se encontraban brusca y torpemente, creía sentir que se calmaba en mi interior ese fuego que pugnaba por liberarse como una erupción volcánica que no halla el resquicio necesario entre las rocas. Tus labios eran, sin embargo, un mar de aguas templadas que agitaban aún más el derretido mineral que hervía dentro de mí.

Suavemente, repetías. Y, al fin, suavemente fui capaz de recorrer, trazando con mi boca un húmedo sendero, tu piel selenita siguiendo la derrota que conducía hasta la fuente donde guardabas la miel que habría de alimentar por siempre mi memoria. Habíamos perdido ya la noción del tiempo cuando al fin te poseí. Nos poseímos. Un sordo estallido de espasmos y sábanas sonó en la madrugada, y ríos de lava fluyeron por las laderas lunares de tu vientre. Fue entonces cuando oímos cantar a los pájaros.

Y todo empezó a convertirse en este recuerdo, en esta brasa que aún arde tantos años después. Es lo único que nos queda. Lo único que supe guardar de ti.


lunes, 24 de octubre de 2011

ESCRITO POR UN ESCRITORIO por Pasión Verga

Malgastó horas y horas buscando la palabra exacta, la frase que se acompasara al ritmo de las caderas, el gemido justo trasplantado al lenguaje que domina como nadie. Me cansaba con sus golpes, con su furia a la hora de romper papeles, con la tinta que derramaba sobre el barniz de mi piel. Hasta que un día llegó una mujer que olía a madera y a jazmín, una mujer con forma de violín que se desnudó lentamente hasta mostrar un cuerpo propicio a las oraciones copulativas. Entonces él abandonó la pluma, arrojó los papeles al suelo y se abalanzó sobre aquella hembra sedienta de besos, de caricias, de vaivenes que calmaran el calor que florecía en la flor entreabierta de su volcán. La sentó sobre mi tapa y se arrodilló para rezarle en el silencio compulsivo de la lengua que no necesita traductores. Luego se dispuso para poseerla con la rabia que demostraba cuando no podía escribir lo que tenía en su cabeza. Cuando le dio la vuelta, ella apoyó sus manos sobre mí. La agarró por las caderas. Vi sus caras desencajadas. El resto ya no es literatura…

sábado, 22 de octubre de 2011

LA HORITA DE LOS VIERNES por Asun Jiménez

Los viernes por la mañana me cito con mi amante. Ese día que parece que el ambiente está algo más relajado, a esa hora en la que la gente trabaja, gestiona o desayuna, nosotros salimos sin ser notados, como diría San Juan de la Cruz, prestos a nuestro feliz encuentro.

Cuando lo veo aparecer tengo que parpadear para poder creerlo, contemplar su deseada figura mirándome desde el portal me hace perder el equilibrio y casi la razón.

Venciendo al vértigo que su presencia me provoca, me acerco a él abducida por sus ojos. Es entonces cuando empieza a besarme; lo sigue haciendo mientras intento cerrar la puerta, le pregunto cómo está o mientras me desguaza la ropa. A partir de ahí me dejo llevar, me pongo en sus manos, manos que indagan en todos los recovecos de mi cuerpo…. claudico, estoy a su merced, me conduce con sus caricias por los intrincados laberintos del deseo. Con mi boca recorro el mapa de su piel y voy parándome en todos sus pueblos, ‘lugares con encanto’ que ninguna guía se atrevería a describir y en cuyas veredas me gusta perderme.

Nadie sabe, nadie sospecha, nadie conoce el secreto de esta pasión que me inquieta.

Apasionado amante cuyos silencios no alcanzo a descifrar, entre nosotros no hay preguntas ni reproches ni siquiera la certeza de un nuevo encuentro. El limitado tiempo que tenemos se me hace corto, desearía seguir abrazada a él desnuda durante horas, acariciarlo ya sin la premura del deseo mientras el calor que desprende su cuerpo me alivia el alma. Pero el tiempo siempre vuela…

Vuelvo a mirar el reloj. Un suspiro se esacapa mientras sonrío. Ya falta menos para que llegue el viernes, para esa ansiada horita de los viernes.


sábado, 15 de octubre de 2011

EXTRAPOLACIÓN DE LOS PENSAMIENTOS DE UN ADOLESCENTE (y II) por Jesús R.



Y llegó.

Subió los últimos escalones, golpeó varias veces con el ritmo de un tango. Paula le abrió la puerta. Allí estaba, con esa camiseta al hombro descubierta y los labios heridos. Parecía que iba a salir después del encuentro. Le puso una mano sobre las costillas, con delicadeza y se puso de puntillas. Su escote no era sino lo segundo más bonito que un hombre pudiera ver nunca. Paralizaba cualquier pensamiento o palabra de Juan. Le dio un sólo beso en la mejilla apresurado que el sintió en los labios y se separó, para no abrazarlo. Estaba sudado, y apestaba a colonia. Los nervios pudieron con el chico y se le cayeron los apuntes y el casco, fue a recogerlo y se arrepintió a medio camino. Se había descubierto. La erección era en un sólo sentido y no había marcha atrás. Miró a Paula, y a ella le temblaron los ojos: se había dado cuenta.

Se precipitó a farfullar, excusarse con lo que fuera, pero ella no lo dejó. Portazo.

"Puto salido"

"Soy un puto salido"

Pensaron simultáneamente…

Ella correría a mirarse en el espejo. A tomarse la temperatura. Se pondría la mano en la frente. No podía ser. Se había fijado otras veces. Aquel tamaño era descomunal para un chico de dieciséis. Noelia también estaría en el cuarto de baño. "¿Qué te pasa que estás tan atacada?" Paula le comentaría entonces lo estúpida que se sentía por fijarse en un niñato, que ella no podía controlarse, que le había dado un portazo en las narices, que qué vergüenza, por Dios. ¿Qué va a pensar la madre de mí? Ya no podré darle más clases... Y ese tamaño... Noelia se secaría su melena rubia mientras la escuchaba. Sacaría una pierna desnuda de la ducha y la callaría con un beso. También se había fijado en él. Conocía esa sensación. Paula estaba caliente, sudada, alterada... Excitada. Lo sabía y sabría controlarla; Colocaría sus manos sobre ella, sus costillas, y la recorrería. La recorrería con dulzura, comenzando por las costillas anticipando al rozamiento de sus deditos en la entrepierna, chirriando contra el pantalón, hasta que al fin sonase el cascabeleo de la correa; Entonces sus vaqueros cederían a la vez que Paula se liberase de la camiseta. Será mentira si su ropa interior de encaje encaja con su cuerpo. La libertad rebosaría desde su escote estallando con cada pulsación y apenas colaría, rubia, sus mechones entre esos pechos mientras se besasen, cuando apartaría las braguitas de ésta...

Juan no pudo más, la mano con la que se apoyaba en la pared cedió y casi se abre la cabeza. Dejó la tapa perdida, la camiseta y la mano, pero se había quedado tan a gusto que le importó bien poco. «No puedes echarme de mi cabeza, aunque me eches de tu casa» y sonrió sabiendo que se iba a vengar de ella, cada vez que quisiera y que iba a disfrutar de ello. Tiró de la cisterna. Se miró al espejo antes de lavarse las manos. Noelia. Definitivamente estaba enamorado. Su hermana sería una estrecha hipócrita reprimida, pero Noelia era perfecta... tenía que serlo. Sus curvas, su cadera, sus labios mate, separados... La voz que lo infarta (aunque sólo su visión, lo hubiera matado)



[i] En esa zona prohibida, que tienta al beso de verdad, que roza la comisura.