domingo, 9 de octubre de 2011

EXTRAPOLACIÓN DE LOS PENSAMIENTOS DE UN ADOLESCENTE (I) por Jesús R.


No podía parar de pensar en sus curvas, de figurárselas, de morirse por ella. «Es amor» se decía vistiéndose, mientras intentaba cerrarse los pantalones vaqueros, disimular su perturbación. Ella se había incrustado en su ser, en su descerebrada cabeza de adolescente. Se emitía a frecuencias bajas, en su pensamiento, interfiriendo con su actividad diaria. Propagándose por cada centímetro bajo su piel. Y eso mismo le ocurría aquella mañana.

La imaginaba susurrando su nombre, al oído, recitándolo. Su corazón implosionaba; en el infarto, lo palidecía -aunque su sola imagen hubiera bastado-, lo dejaba sin respiración...

¡La imaginaba lamiendo al oído, a su nombre! Y su corazón explotaba dejando ver el fuego más allá de su pupila, inundándole de sangre y sonrojándolo en un antojo febril [Cuando sonrojar significa invertir la piel por la carne]

Imaginaba cómo era, cuando se acercaba. Cómo se vería desde tan cerca. ¡Y el cosquilleo típico de la impaciencia por verla..! Le ocurría lo mismo aquella mañana. Tiró las llaves, se le cayó un plato. Hasta su madre advirtió su perturbación, aquella mañana. Su mente estaba en otro sitio, su cuerpo, también. Sólo le faltaba el tiempo y él espacio, para reunirse con ella y, por tanto, consigo mismo.

«Ella sabe cómo arrancarme el aire. Se acerca violentamente, con el hombro descubierto y los labios separados. Se pega a mí y, después, se pone de puntillas. Entonces sus manos encuentran voraces mis costillas y no puedo hacer otra cosa que precipitarme. Anclar manos en aquella cinturita. Escalar aquella espalda, vértebra a vértebra. Agarrarme a la hebilla de su sujetador, deshebrar el maleficio (que me cuesta) y deshacer el camino hasta apretar aquello que por naturaleza, en el instante, es: mío. Aquellas nalgas prietas y firmes.

Me gusta notar la humedad cuando precede la tempestad -en el cuello, en los labios, en los dedos...-, el frío de las manos de ella mientras me aparta cada botón, la chispa que brota al juntarnos con las prisas. La electricidad estática saltando de poro en poro.

Me distraigo con el cascabeleo de los pantalones cuando caen al suelo... Me asusto con el estruendo al caer sobre el mueble más cercano, con el agudo grito de las patas de la mesa al ceder unos centímetros. Con su mirada y su pelo de loca.

Y ella diciéndome: "Voy a comerte la polla" no me deja ni pronunciar media interjección, Dios, sólo saber que me dice: "Y a tragármelo todo" se me caen los ojos, me da algo. Yo corro a agarrarme al borde de la mesa, de lo que sea, mientras me retuerzo. "Póntela entre las tetas" "¿Así? ¿y si ahora hago esto?" -bebiendo de mí, como los perros del agua-. Me conoce, me manipula como quiere. Me hace al compás. Sabe bailar. Y tiene ritmo.

»El espejo del zaguán, me encanta. Siempre que lo hacemos en el salón, en la escalera. Es el punto de vista. Mirarla de aquella manera siempre me hace temblar. Incluso postrada me controlaba. Mirarla de aquella manera pone cachondo hasta a un caballo. Se me ocurren miles de cosas que hacerle siempre, pero mirándola de aquella manera, sólo puedo pensar en la misma. Nunca lo hacíamos porque no le gustaba. Pero hoy, quizás, por ser bueno... "¿Quieres darme por detrás?". Palidezco. Tiemblo entero por desconocer el alcance de aquella afirmación, pero yo cojo una silla y la pongo de cara al espejo. Ella se vuelca sobre el instrumento. El reflejo y nos miramos. Opto por la opción segura.

Embisto, al principio lento, y voy encajándome, poco a poco, con el ritmo de su respiración, a la vez que esta aumenta. Lenta progresión musical, desde que comienza musitando plegarias hasta impronunciable el gemido continuo. Nos relamemos los dos en el momento. Me muero cuando la expresión de ella se hace jirones. Desplazo mi mano por su columna, sintiendo cada hueso -"más fuerte"-. La agarro entonces de la cintura y tiro de las riendas de su pelo -"más rápido"- y ya es inevitable perder el compás, pero yo siempre consigo hacerla llegar.

Hoy por la forma que me mira al terminar, sé que la curiosidad la tienta a ella también.

¿Te ha gustado, quieres descansar?

¿No quieres mejor darme por el culo?

Cada vez había menos tiempo para quedarse perplejo. Me acelero -nervioso- a mi cometido y con el miedo empiezo a hablar:

Joder, estás buenísima, eres la mejor. Cómo me pones mirándote desde aquí, sencillamente me pones a reventar. Me voy a correr ya...

¿Puedes?

No, joder. No me gusta defraudarte.

Shh, ya está aquí mi hermana, ella te enseñará y lubricará... Tiene más experiencia.»


1 comentario:

spacioabierto dijo...

Wnasssssss,
T felicito por tus publicaciones.
Salu2