Frente al espejo me poseyó la eterna duda que ya tuvieron
otros en la historia. Dónde estaría la obra de Arte… ¿A un lado o al otro?
Quizás en la delgada línea que se separa nuestras fantasías de nuestras
realidades. Juego borrominesco de sensuales curvas y contracurvas en esta
cercana orilla, la carne hecha carne, la piel hecha piel, y prolongación
enmarcada al otro lado, el que refleja benditas realidades que a veces parecen
querer quedarse a este lado del espejo. Y yo en silencio. Y ella también. Y yo
tan bobo. Y ella tan lista. Y yo con prisas. Y ella tan eterna. Y yo desnudo. Y
ella vestida. Todavía. Sin prisas. De la cabeza a los pies…
-
¿Qué
piensas, tontorrón?
La interrogación debió azotar algún rincón de mi cerebro
tanto o más que la línea serpentinata de su cadera, látigo que, en aquel
momento, parecía fustigar cada poro de mi piel…
-
No
me creerás. Pensaba… (Si es que se podía pensar en aquel momento). Pensaba por
dónde debe empezar una mujer a desnudarse…
Creo que calló su respuesta, no habléis que mueren los
críticos pero no el Arte, que quizás no exista, o no existió nunca, pero sí las
artistas. Pero habló su cuerpo. Hablaron sus ojos extasiándose. Hablaron sus
labios inflándose de rojo. Habló su lengua barnizando sus labios. Hablaron sus
dedos borrando errores que ocultaban la belleza: adiós pañuelo, adiós botones
de la blusa, adiós cremallera, adiós falda, adiós corchete, adiós blancos
encajes que ocultaban el más oscuro y sutil encaje… Mirando al espejo he dudado
en qué espacio se sitúa la rotundidad de su desnudez. Quizás soy el que está al
otro lado de la obra. Quién sabe… Sólo sé que no he desaprovechado la ocasión
de dejar escapar a esta Proserpina, de responder haciendo mías las interrogaciones
de sus caderas, de penetrar en el oscuro secreto del encaje que enmarca su sexo,
de beber el manantial de sus fuentes; adiós telas, adiós preparativos, adiós
preámbulos, adiós miedo al cuadro en blanco, bienvenida sea la obra perfecta,
esa que dicen no existe, bien que mienten, confieso que lo he vivido, confieso
que la he gozado, confieso que la he sentido, confieso que la he penetrado…
Mirando al espejo vuelvo a pensar, si es que eso es posible…
Ahora soy yo el que mantengo mi desnudez y ella la que
parece querer responderme. No sé si nos retrata su mirada desde el otro lado
del marco o es el reflejo imaginativo de mis deseos. Se han dibujado posturas y
perspectivas, jadeos y silencios. Pero no me ha respondido. No hasta este
momento. Su piel desnuda vuelve a dibujar un interrogante en curvas que se
agachan sobre sí. Se ajusta los zapatos de tacón que en ningún momento se había
quitado. Lo demás, evangelio de la pasión, vendrá por añadidura. En el aire ha
dibujado la más clara de las respuestas: las mujeres se visten por los pies…