Cada vez tengo más claro que hice bien en no despedirme, ni en insinuar siquiera mi marcha. Fue lo mejor. A la francesa, que lo llaman. Desde aquel día se extendió una especie de leyenda humana sobre mí y, muy especialmente, sobre mi supuesta potencia sexual. Sinceramente, no entiendo el motivo. Quizás ayudaría mi foto. Quizás, la obligada ausencia de mis comentarios o, quién sabe, que jamás aceptara públicamente las cosas que me gustaban, que llegaron a ser muchas. Ya lo dicen algunos, que la indiferencia es el mayor de los morbos y de los alicientes…
La cuestión es que, desde el día de mi obligado silencio, aumentaron notablemente las visitas. Algunas dejaban ingenuos regalos envueltos en fantasiosos lacitos decorados con corazones. Otras me invitaban a variados jueguecitos a los que, faltaría más, nunca me prestaba, que no tiene uno edad, ni posición, ni estado para que lo anden puntuando, o para que lo coloquen en un ranking comparativo… Las más atrevidas optaban por lo privado. Al principio de palabra, de insinuación, de sugerencia, de propuesta…
Pero lo mejor llegó con las imágenes. Confieso que el primer cuerpo desnudo que contemplé erizó, si eso era posible, hasta el último vello de mi cuerpo. Luego llegaron otras. Un listado de amigas que parecía no tener fin. Una tras otra. Sin rubor, a estas alturas creo que sobra, puedo confesar que he visto los mejores cuerpos de la red: pechos masajeados para la foto, pezones enhiestos, manos anónimas tocando depilados pubis, caídas de braguitas y de minúsculos tangas, tatuajes coquetos y hasta ordinarieces cubriendo esculturales cuerpos… Pero nada comparable a las dichosas camaritas. Normalmente no les veo la cabeza, otro morbo añadido, pero el resto se desnuda para mí más pronto que tarde. Y será la leyenda, o el anonimato, pero siempre acaban tocándose y hasta metiéndose mil y un objetos que me ruboriza recordar. Confieso que también me avergüenza no responder, que ganas no me faltan muchas veces, pero lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible… No les queda más remedio que entenderme. Es culpa de mi estado. Debí borrar mi perfil de Facebook, el único lugar donde sigo vivo. Para todo lo demás, simplemente estoy muerto… Muerto de gusto.
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