Carmen de pila, Carmelita de infancia, Meli de familia, Menchu de juventud y hasta Mamen de correrías... Se había quedado en un inexplicable Cuqui de madurez. Lo suyo había sido un problema de lenguas, de economía y de uso. Para ella República Argentina era simplemente república y Punta Umbría, Punta. Siendo ideal, coqueta, cool y hasta discreta, Cuqui siempre cumplió los ideales de clase a los que aspiró: boda ideal, marido de apellido ideal y vida ideal... mente aburrida. Una señora en la cama y en la calle, educada en los mejores colegios, que nunca se despendolaba, salvo cuando el guión lo exigía. La Feria de sus vanidades era uno de ellos: caseta, caballo y traje diario como símbolo de su posición, que las posturas quedaban para otras.
En perfecta pose de amazona llegó al recinto, paseó, vio y fue vista. En la caseta, departió, convivió y combebió. Pero su porte seguía en su sitio. Incluso cuando llegó la cuarta y los lances definitivos... Allí surgió la dichosa propuesta: visita a la calle del Infierno. Ya se sabe, el infierno son los demás, pero porqué no probar por una vez... Y probó. Y deambuló. Y sudó. Y eligió. Sería un tiovivo, un caballito que iba de ningún lugar a ninguna parte, como tantas cosas de su ciudad, que subía y bajaba, dentro y fuera, arriba y abajo con la barrita, dentro y fuera, y vaya tela con el barrio Sésamo feriante... Ya lo decía el refrán: picha dentro o picha fuera, aunque ella no era de esas, ni decía esas cosas.
Montada cual perfecta amazona en el pintoresco équido y agarrando una sutil bombillita roja se dispuso al paseíto. Risas y exaltación de la amistad. Negación de las evidencias. Sudores de ambiente y para ambientar... Porque no pudo evitar mirar al muchacho de las fichas...de la atracción, nunca mejor dicho. Comenzó el movimiento. Arriba y abajo. El niño, o niñato con su pectoral al aire. Arriba y abajo. La patillita depilada y quizás hasta el vello púbico, ¡ay qué calor me está entrando!. Arriba y abajo. Asomaba por la cinturilla el dolchegabana de mercadillo, con el paquete de Winston bien cogido, como el otro paquete. Arriba y abajo. La barra empezaba a lubricarse, perdón, a humedecerse, huy no sé cómo decirlo... Arriba y abajo. El niño, o niñato, o tío, que era un buen tío, tocaba su paquete que no era de tabaco. Fumar no provocaba impotencia. Arriba y abajo. Vuelta y vuelta. Ay que me voy, no sé de dónde y no sé adónde. Arriba y abajo. Vuelta y vuelta. Sudores en los lunares, en la peinetas, en el mantoncillo, en los encajes externos y hasta en los encajes internos. Arriba y abajo. Vaya con el paquete, con el dolchegabana y con los abdominales del tío de la casetilla. Arriba y abajo. Vuelta y vuelta. No puede más. Se encienden luce coloraditas: la del paquete, la del caballito y la de esa barra de bomberos que aprieta y no suelta...Arriba y abajo, dentro y fuera. El caballito no puede más. El conejito tampoco. Fin de trayecto. Bajó envuelta en todos los líquidos imaginables. Había descubierto un verdadero tío...vivo de Feria. Ya nada sería igual. Algo de su vida pasada quedaría olvidado para siempre en aquella atracción...
- ¡Oiga señora, ha dejao usté el caballito chorreando y mi niño no sepuemontá...!
1 comentario:
Divertido relato Manuel Jesús. Hace poco me enteré del origen del nombre de este aparato que tanto nos ha divertido y es una historia curiosa.
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