Todo comenzó con unas caricias intrascendentes
que aquel mismo día decidió autoconcederse: nunca antes había sentido tanta
potencia en el antes, el durante y hasta el después. Algo parecido le comentó
su mujer cuando notó la pericia de aquellos dedos juguetones sobre sus pechos:
llegó a confesarle que notaba un cosquilleo bailón sobre sus pezones que jamás
había sentido. La anécdota no quedó ahí. Las primeras caricias en su
entrepierna motivaron unas respiraciones entrecortadas que subieron de ritmo
cuando los dedos, ¡ay esos dedos juguetones!, acariciaron su sucinto vello para
penetrar, poco a poco, en una cavidad que pasó de la espera a la tensión, y de
ésta a una emoción tan placentera que, cuando la punta del dedo danzaba por su
más profundo y enhiesto punto de placer, se convirtió en un torrente de
humedades que no pareció afectar a las bailonas cifras que sólo el dueño de
aquella mañosa mano parecía conocer…
Hoy recuerda aquel primer día y
parece temblar de la emoción. Ha sido el mes más placentero de su existencia.
No ha habido día carente de emociones. Su mujer no se explica el cambio. Él
tampoco. Aunque el día más temido ha llegado.
Delante del almanaque, dubitativo y expectante, teme pasar la página correspondiente al mes
de Abril…
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