Mi marido no
me puede acompañar los sábados a vender en el mercadillo y lo hace su sobrino
Rafael. Rafael es un gitano alto, fuerte y con unos ojos... Carga en un suspiro
todo el género con sus grandes brazos en la furgoneta y la arranca con fuerza
mientras me canta:
- Limpiaba el agua del río… como la estrella de la
mañana, limpiaba el cariño mío al manantial de tu fuente clara… como el
agua…como el agua….
Su alegría y
vitalidad es contagiosa. Jóvenes gitanas se acercan al puesto e intentan
'ronear' con él pero no les hace caso. En cambio, se encela si algún payo me
dice algo o me mira con mala intención, que no son pocos. Soy una gitana muy
guapa, aunque esté mal que yo lo diga.
Mientras
ambos atendemos al público se producen choques fortuitos que no tomo en cuenta,
pero mi cuerpo sí. Cada roce es un látigo, un resquemor que recorre mis
entrañas y que me deja casi sin aire…
En el
bolsillo de mi delantal llevo pequeños billetes para el cambio, ya no me los
pide como hacía antes, ahora mete la mano… siento como sus dedos me hurgan,
como recorren y acarician mi vientre antes de coger el dinero. Mi turbación va
en aumento mientras su descaro crece.
- ¡Me tienes
loco! - me jura.
- ¡Ay
Rafaé!...
Me escapo
donde la furgoneta buscando aire, intentando recordar a la gitana honrada que
siempre he sido. Mi sobrino se me acerca y me coge por la cintura. Le pego una
bofetada para soltarme, intentando poner orden y respeto. Reacciona besándome.
¡Y cómo besa este chiquillo! Me zafo de él como puedo.
Al volver al
puesto veo que mi sobrino recoge todo aunque aún es muy temprano. Le ayudo a
guardar el género y a desmontar el tenderete sin hablarle.
Subimos a la
furgoneta. Estoy como ida, con la mirada tan perdida como yo. Él sonríe y canta.
- De ti deseo yo to el calor, pa ti mi cuerpo si lo
quieres tú, fuego en la sangre nos corre a los dos… como el agua…como el
agua…como el agua
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