jueves, 25 de abril de 2013

LUCÍA (IRREVERENTE SANTORAL VII)




El placer la había rondado pero el conocimiento real no había llegado hasta aquel día. Hubo otros hombres y otros nombres, otros juegos y otras posturas, otros momentos y otros días. Nada comparable. Cuando llegó con aquel misterioso regalo notó que el deseo y la sorpresa se mezclaban en su interior. Una venda para vestir sus ojos mientras era desnudado su cuerpo. Ceguera física para abrirse a la contemplación del placer. No veía pero sentía. En cada poro de su piel. En cada rincón de su cuerpo. En cada nueva caricia. En cada nuevo beso. En cada nueva postura. En cada nueva acometida... El placer debía de ser aquello. Profundo, húmedo, lento, irrefrenable, arrebatador, sensual, eterno... Desde ese momento de instantes, minutos, horas o días, ella no supo ni quién era, pero sabía con creces lo que había vivido y lo que deseaba seguir viviendo. De aquí a la eternidad. La vida anterior no debía o no podía haber existido: no habría tenido razón de ser. Porque pocas cosas en la vida pueden llegar a tener sentido... Quizás el que le dan regalos como el que recibió su amante. Una bandeja de plata, dos ojos ensangrentados y una nota. Toda una explicación en pocas palabras: “en esta vida, lo esencial es invisible a los ojos”. 

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