
Sigo buscando, tumbada en el suelo, las marcas de las tardes en las que me atraías hacia tu sexo mientras me atravesabas compulsivamente, y tus dedos se clavaban en mis clavículas; en esos momentos pensaba en Bernini, y me reía del mármol que no cambia. Pero ahora sigo sin encontrar el rastro amoratado de nuestra complicidad. Antes, el cambio de color de mis huellas marcaba el tiempo de la distancia entre los dos: peor el verdoso que el violáceo, peor el pardo que el verdoso. Y, finalmente, la disolución. Reinvento, tumbada, tu vuelta, y en todas las versiones surge el miedo de que ya no reconozcas un cuerpo que ha dejado de ser el libro de visitas del deseo común. Sé que será difícil. Tendremos que encontrarnos como amantes desconocidos y recuperar la confianza de nuestros forcejeos. Me verás como a una extraña. Y te sonarán como nunca oídas mis súplicas para que me muerdas. Pero necesito asumir el riesgo. Soñar que mis pezones recuperarán el color de las frambuesas. Porque aquí, en el suelo, me desvanezco a medida que desapareces de mi piel
1 comentario:
Sublime
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