
Una lástima... En el asilo está prohibido el sexo.
Letras turgentes para la noche. Lengua de punta para las ondas.Erotismo a flor de piel. Una invitación a los sentidos. La puerta está entreabierta...
A pesar las coletas y de las falsas pecas, reconocí su rostro al salir de aquella picante y sugerente tienda. La discreta y recatada cursillista, la modélica alumna de la congregación, la ejemplar propagandista de la fe de nuestras abuelas o tatarabuelas, la ardua defensora de antiguas teologías y de prehistóricas virginidades, la discreta y hasta remilgada compañera de pupitres universitarios y de charlas cuaresmales apenas era reconocible en su nueva apariencia. No era carnaval, pero, al salir de aquella tienda había rejuvenecido, tanto en el físico como en el espíritu. Unas altas coletas habían hecho olvidar su rígido peinado, una amplias gafas reforzaban la belleza de unos desconocidos ojos, una entallada blusa blanca descubría la turgencia de unos pechos antes apenas sugeridos, una minúscula faldita tableada apenas culminaba unas interminables piernas de piel blanca esbozada bajo el misterio de los colegiales calcetines infantiles. Formas juveniles realzadas por un tacón de impacto y por un discreto carmín de labios. Apenas era reconocible, pero su andar lascivo y las suaves chupadas que daba a una rojiza piruleta hicieron que tardara en olvidar su imagen.
Pasó el tiempo y la escena quedó casi borrada en las nebulosas de los sueños vividos... Un maldito accidente ha provocado mi ingreso hospitalario. Han venido a mi mente algunos recuerdos de juventud. Al ver su rostro sobre la insulsa bata verde del SAS he recordado la especialidad que cursó. Hechos los preceptivos análisis y limpiezas, en la soledad de la habitación ha decidido prescindir de la normativa bata verde. El atrevimiento de su sucinta ropa interior, sus insinuantes pecas y la piruleta que empieza a chupar han hecho que surja en mí la duda... Empiezo a decir adiós a su antigua imagen de catequista, a la apariencia intrascendente de las habitaciones de hospital y al concepto de virginidad que alguien metió en mi mente hace ya muchos años...
Tendría que arrancarte el último beso, estrujarme las comisuras de los labios hasta desgarrarlos y frotar mis pezones rosas para convencerme de que eres real, porque no lo pareces.
Me jugaría el semblante a todo o nada con tal de saborearte de nuevo y de palparte otra vez.
Actuaría de manera magistral, el penúltimo papel, actriz de reparto… para conseguir ser una extra más entre tus piernas, agazapada bajo el son de tu sexo henchido.
Arrastraría mis pechos, desde la punta de los dedos de tus pies hasta tu nuca observadora, me comería todo y me tragaría los restos, lo que tú no quisieras…
Comenzaría restregándome, encima de ti, calmada… y te acabaría arrancando el pelo y mordiendo el labio inferior: un mordisco palatal de mandíbula desencajada.
Te dolería no saber parar porque no podrías parar, sólo saldrías a bailar encima de mí, relinchando.
Me arriesgaría a cogerte las manos y besarte la barbilla, a cerrar los ojos… me arriesgaría a tumbarme para que me embistieses ensimismado y te desmayases de gusto.
Cancelaría todos los amaneceres que tengo en la agenda y te los regalaría si me mirases y me dijeses: sí.
Gemiría y gemiría como una perra en celo o como una gata en celo o como una mujer… en celo.
Mascaría tus huesos, uno a uno; tus falanges una a una, tus voluptuosidades una a una, tus prominencias…una: la succionaría.
Saldría a la calle desnuda y gritaría que no te conozco, que nunca te vi, que los restos de saliva eran los míos propios y me iría a casa a guardar tu olor en una caja de muñecas.
Te intentaría besar poco y amar mucho, chupetearte el perineo y colocar tus dedos en la parte de mi que me hace ser yo, ahí donde pusiste tu boca y se quedó.
Si declinase el condicional simple… te contaría que…
- Me gustaría follar contigo –
… pero, eso… ya te lo he dicho.
- - Señorita: soy mago, le echo un polvo y desaparezco…
Con tan manida frase pretendí conquistarla y pareció que lo conseguí. Sobre todo cuando desnudó su cuerpo y se cubrió con aquella capa de raso proponiéndome jugar. Sus formas esculturales despertaron todos mis deseos de juego. La curva plena de sus pechos, la rotundidad de sus caderas, la profundidad de su sexo… algo debió nublar mi razón cuando me tendió en aquella mesa revestida con telas de estrellas. El cajón y la sierra tampoco me parecieron una señal de alarma… Mientras me desnudaba y me tendía en aquel solemne escenario sólo atendía a la dureza de mi entrepierna… Debí sospechar algo cuando sacó la varita mágica…
En el cuarto oscuro en el que me encuentro parece reinar la soledad. Ilusionismo, que lo llaman. Me parece estar rodeado de pañuelos de seda, cartas marcadas, confetis de colores, figuritas de papel y hasta por algún cuerpo aserrado en dos mitades… Creo que la maga era ella.
Mi infancia estuvo marcada por mi nombre. Mi maldito nombre. El de mi vergüenza… Creo que fue el motivo de esa jodida timidez que escondí bajo una fachada de atrevimiento. Por eso me inventé aquel juego. Por eso y por ella, la niña de la sonrisa eterna que acompañaba mis mejores sueños. Era un acto único, sin preámbulos ni preliminares. Con un escenario perfecto. En el marcado rectángulo que formaban las baldosas de la calle las abordaba con el gesto serio del matón que nunca fui: «¡La que se salga del rectángulo, se tiene que bajar las bragas». En el fondo, a mí sólo me interesaba ella. Siempre ella… Parecía faltarle el tiempo, se ruborizaban sus pómulos, se iluminaba su cara y le brillaba la picardía de sus ojos. Aparentaba volverse patosa y con un torpe movimiento mal disimulado se salía de los límites de la baldosa. Era el momento soñado: las bragas, en los tobillos. La niña de mis ojos se convertía en la libertad soñada, sin pudores, ni vergüenzas. La verdad desnuda frente a un mundo condensado en un tímido niño con disfraz de adulto. Sonreían sus labios y sonreía su sexo disfrutando con mi cara de sorpresa. Nunca dejó de sorprenderme…
«Bájate las bragas» le he dicho después de sortear baldosas de límites inconcretos. Ella ya es toda una mujer, aunque mantiene la picardía infantil de sus ojos. Las bragas han vuelto a caer hasta los tobillos. Sonríen sus labios y sonríe su sexo. Ahora se concentran allí mis sueños y sus deseos, su mundo y el mío. Me ha dicho que siente vergüenza. Tendrá que olvidarla. Como mi nombre. El de la mía. Me llamo Domingo. Mi vida es, desde hoy, una continua fiesta. Como la infancia. Una fiesta de guardar…