lunes, 18 de octubre de 2010

FACTICIUS por John García

En el argumento extenso de la siesta, me despertó la voz de un señor explicando la inalterable jerarquía de las hormigas. Éramos varios los que disfrutábamos a trozos de aquellos sofás y manteníamos el mismo denominador común, el cansancio de una importante resaca. En el dilema de este señor entre singularidades de las diferentes familias de los insectos, mi sed aumentaba con tanto color terrizo en la pantalla y no me quedaba otra, apartar con suavidad a Ana y arrastrar mis pies que aprisionaban brazos y piernas de Carla y Oscar hasta salir del sofá. Es increíble como un estado de post-embriaguez puede dejar cao al cuerpo humano hasta la no molestia de ningún tipo de ruido o movimiento, estoy seguro que si estuviera cayéndose el techo, aquí nadie movería una pestaña para pedir auxilio. Con mis pequeñas dificultades al disminuir los golpes sonoros, llegué a la cocina alcanzando la botella de agua fría que deje, abierta y vacía, sobre la encimera de madera oscura.

La cocina comunicaba casi frente por frente con el cuarto que ocupaban Rosa, Carla y Ana, que habían dejado ropa en el suelo, y que pude ver, pues la puerta estaba totalmente abierta. Mi mente hizo un pequeño amago de volar cuando sobre la esquina del colchón, que estaba tirado en el suelo, se enroscaba sobre sí misma una prenda minúscula de color blanco. Entré con más sigilo aún y palpé el trozo de tela de algodón, mis dedos rozaron cada centímetro de aquella maravilla suave llevándomelo a la nariz hasta en tres ocasiones. Miré en cajones, armarios y vestidores, me sentía un espía del morbo y tocaba y olía los objetos femeninos hasta sacarle, como los entendidos en vino, la más mínima comparación a cualquier elemento que daba sentido a la existencia de mi olfato.

Atribuía este tanga a Carla, aquellos Culotes a Ana y este magnífico sujetador a Rosa que encajaba con esta talla. Mi vista, marcó un enjambre plasticoso, imitando a un baúl de madera que tendría que ser, no, que era, el cesto de la ropa sucia. Eran numerosas las prendas íntimas femeninas que colgaba sobre mi cuerpo, y no pude más que usar mis sentidos para imitar situaciones casi igual de placenteras que los actos que imaginé.

Pude, y no me arrepiento, lamer el sexo abultado de Carla a través de sus encajes, vi perfectamente a Rosa como subía y bajaba rozándome sus costuras por mi miembro mientras manchaba de saliva el suelo. Ana abría con ambas manos sus nalgas y acompañaba frente al espejo cada embestida con dibujos de vaho.

Era un éxtasis silencioso, un mar de olores que inhalaba aguantándolos en mi boca…

-¡Joder!

Carla me llamaba desde el salón con voz cansada pidiéndome un poco de agua.

Con la boca de nuevo seca por el susto, y una vez deshecho de todas las prendas, le llevé un vaso colmado despacio. Su todavía adormilada cabeza no daba cuenta que derramaba el agua mientras bebía, cayéndole en los pechos brillantes de sudor .

Con el mismo cuidado que con el que me levanté, volví a acurrucarme entre Ana como si nada hubiera pasado, deje caer con suavidad mi mano entre los muslos calientes de ésta, eran las cinco de la tarde, ni un rayo la hubiera despertado.

3 comentarios:

Canónigo Alberico dijo...

genial como siempre

mariapán dijo...

Si, me gusta el texto, ya te lo he dicho por otros lares; pero...¿sabes lo que realmente me gusta? el título, me ha encantado el título.

LA CASA ENCENDIDA dijo...

Un relato muy visual.

Saluditos.