domingo, 3 de octubre de 2010

Cuerpo nacional

(Foto: Antonio Sánchez Carrasco)

Siempre pensé que la ecuación perfecta la formaban tu cuerpo y tu uniforme, esa segunda piel que servía para ocultar y para proteger, para sugerir y para provocar. Tus faltas eran completadas y tus excesos eran suavizados. Desde que te conocí en aquel baile vestido de pirata, con tu parche en el ojo y aquella enorme pata de palo, mi vida ha sido un placentero carnaval. Todavía se me eriza la piel cuando recuerdo tu trabajo en aquella empresa de cobro de morosos, la de la Pantera Rosa, la del traje que más carcajadas ha provocado en mis noches, con esos bigotes postizos y esa cola de goma espuma que tanto juego nos dio. Se te ponía una cara de sinvergüenza que me ponía más que todas las películas juntas que acumulabas en tu armario de soltero… La seriedad llegó cuando pasaste a cobrador del frac. Nunca supe porqué se llamaba así si realmente ibas vestido de chaqué, aunque eso importaba poco. Jamás olvidaré la primera vez que bajé aquellos pantalones de mil rayas, con esos tirantes y ese chalequillo ajustado. En mi memoria estará eternamente la foto de tu cuerpo desnudo, con ese sombrero de copa tapando esas vergüenzas que para mí siempre fueron mi orgullo… Nuestra vida sí que has sido una cabalgata del orgullo, que nunca supe dónde estaba la realidad y dónde la ficción. Una vida empeñada en el disfraz: llegaban los reyes y tú eras mi Baltasar, con su cetro y su corona, llegaba Carnaval y agotabas los modelos de los Village People, llegaba Cuaresma y bien que disfrutábamos con tu túnica y hasta con tu cirio… Recuerdo haberte vestido de época y de troglodita en tu cumpleaños, con cachiporra incluida, de socorrista con bombona, en verano; de típico fontanero en cualquier fin de semana y de bombero con manguera en los días de más pasión. Una vida de carnaval que empezó a cambiar con aquellas dichosas oposiciones. Bien que me lo tenías guardado. Encerradito en tu cuarto, con tu pijama de franela y tus zapatillas de paño me ponías poco. Me decías que había que esperar. Que el fin justificaba los medios. Vaya que sí. Cuando sacaste la plaza me descubriste el puesto. Trabajo estable en el cuerpo. Cuerpo Nacional de Policía. Cuerpo para el cuerpo. Un disfrute eterno para mis noches de lujuria. Confieso que creí desmayarme cuando te vi vestido de azul, con tu placa, tus gafas de espejo y tu pistola. Pistolón el que siempre tuviste… Pero… qué quieres que te diga… todavía no me acostumbro a esa nueva porra que cuelga sobre tu cintura. Cuestión de gustos: sigo quedándome con la Pantera Rosa.


1 comentario:

Rascaviejas dijo...

La foto que nos envió Antonio Sánchez Carrasco merece todos los relatos que se le puedan dedicar...