Para cuando introdujo la yema de
mis dedos índice y medio en su boca, había pasado suficiente tiempo como para
que la savia caliente que emanara de ella misma como de un manantial, pasara de
confundirse inicialmente con un gel a volverse líquido; un líquido, tan leve,
que los dedos parecían secos casi al momento de sacarlos. Así que no había
tiempo que perder y el trayecto hasta la boca debía hacerse rápidamente. Ya
esperaban los labios entreabiertos, el jadeo traía el aliento de las
profundidades de la mujer. Casi podía verse la llamarada cautivadora saliendo
de su boca, como la de una dragona arrodillada que empieza a cerrar los
ojos.
Unos momentos antes, en sus manos
colocadas abiertas en los muslos había un algo de no saber que hacer con ellas
mientras le están haciendo; como si, acostumbradas a hacer por ellas mismas
(las manos) ahora, al dejar el trabajo en otra (mano) no supieran, ya digo,
donde colocarse.
La Dragona se convierte en
serpiente por un momento y se contonea arriba y abajo y el vientre se pliega y
se tensan sus brazos, los ojos medio cerrados se cierran del todo y de la boca
entreabierta sigue saliendo fuego o veneno, más abrasador, más visible, más
vital porque es vida lo que emana, es mujer en forma de aliento. En la
indecisión de si es la última llamarada, se olvida uno de dejar de agitar los
dedos y ella me ayuda abriendo los ojos, relajando al fin los músculos de su
vientre, irguiéndose, sentándose sobre sus talones y a la vez agarrando mi muñeca...
Espera
Llevándose la yema de mis dedos índice y medio a la nariz lentamente y
luego a los labios. Olfatea primero y luego lame con indiferencia, con
agradecimiento, mirándome fijamente. Así saborea el celo propio, de mujer, la
sabia del árbol, el veneno de la serpiente, la esencia de la dragona.
1 comentario:
Certera y degustable prosa por aquí,
nos leemos.
Saludos.
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