domingo, 7 de octubre de 2012

EL CUENTO DEL LOBO



¡Que viene el lobo!
Todas las semanas la madame anunciaba la misma historia. Empezaba a cansar. Anunciaba a bombo y platillo la llegada de aquella fiera, de aquel miembro descomunal a un cuerpo pegado que haría las delicias de las invitadas al local. Un anuncio que motivaba fantasías en la mente del público asistente y húmedos anhelos en los rincones más profundos de la femenina concurrencia…
¡Que viene el lobo! Aquella noche no iba a ser menos… Muchachas, señoras, damas, y hasta alguna abuela que no  creyeron la advertencia. Empapadas en alcohol y en deseos, al ritmo del reggaeton de turno, tocando palmas a un ritmo cansino y cansadas de musculitos de gimnasio de barrio, de disfraces de bombero y de bailecitos ridículos con disfraces de la tienda asiática. Así estaban ellas. Despedían solterías y anhelaban cópulas maritales, extramaritales  o ultramarimortales…
¡Que viene el lobo!… Esta noche. No era un farol rojizo de noches para olvidar. Era una realidad. Llegó entre las aburridas palmas de las que dependían solterías eternas. Con pantaloncito ajustado que pronto voló al público. Con puntiagudas orejitas postizas. Era el único añadido… Eso dudaron algunas cuando el tan aclamado animal pidió una voluntaria. Entradita en carnes, con blusa imposible y falda inglesa por lo que enseñaba. Con alguna copita de más. Eso pensaron sus amigas cuando la vieron lanzarse sobre la entrepierna de la fiera. Rauda le bajó los pantalones y la fiereza se hizo pública. Insultantemente pública. Una enormidad que a las jóvenes pareció mando de videoconsola y a las mayores bastón de mando para poner en la consola. Hay sus opiniones… Mientras sobaba las carnes rebosantes de la voluntaria, la fiera ofreció el habitual bote de nata para el acompañamiento. Dulce y salado que lo llaman. Sin vergüenza alguna, la orondita joven untó, reuntó y lamió. Primero la punta. Luego a conciencia. Con el ritmo que marcaba aquella bestia con hábiles tirones de las trenzas que la incauta había pensado para la ocasión. Más adentro. Y más. Y más. Y más nata. Y ya sin nata. Hasta que la fiera, palmas en el público de cansancio y de inicio de espanto, pronunció la sentencia: “toda entera dentro”. Las dudas del público quedaron disipadas: toda, significaba toda. Entera significaba entera. Y dentro significaba dentro…
Tras la consumación de la sentencia, tanga para la ocasión por los suelos y blusa desajustada, la orondita voluntaria volvió a su sitio con el acaloramiento propio de aquella que consigue demostrar lo que parece una imposibilidad física. El ritmito de palmas decayó en el público. Más todavía cuando la madame volvió a pedir una nueva voluntaria… Por el estrado femenino se expandió, en una difícil simbiosis, la necesidad de jugar al escondite, la creencia en las moralejas de los cuentos y el juramento de no volver a probar pastel alguno que tuviera la más mínima presencia de nata…   

2 comentarios:

Dyhego dijo...

La que avisa no es traidora.

Anónimo dijo...

Quiero el ataque de ese lobo!!!!!!!!!!!