miércoles, 18 de enero de 2012

MOJADA por Claudia Prócula

La fuerte lluvia de la tarde me sorprendió en plena calle. Me refugié en el zaguán de una casa pero ya estaba totalmente empapada. Se abrió la puerta y hombre bastante mayor salió en pijama cubierto de una bata. No paraba de sonreírme mientras hablaba del fuerte aguacero. Sus manos metidas en los bolsillos se movían de manera sospechosa.
-Vas a resfriarte, tienes toda la ropa mojada… ¿quieres pasar y secarte un poco?, dijo con una sonrisa lasciva pero acogedora.
Aunque estaba helada no fue ése el motivo que me impulsó a entrar. Una locura, lo sé, pero no quise reprimirme y ya está. El anciano fue por una especie de calefactor. Me desprendí del abrigo y del bolso. El agua manchaba el suelo.
Cogiéndome por las caderas, me situó frente a la fuente de calor aunque sus manos elevaron más mi temperatura corporal cuando parecía comprobar el estado de humedad de mi falda. El temblor de mis piernas lo confundió con frío e intentó abrigarlas.
- Estas medias hay que secarlas…
Sus manos subieron por mi cuerpo, me subió la falda y se quedó mirando antes de empezar a despojarme de unos pantis negros que lentamente iba bajando mientras besaba los muslos que quedaban desnudos. Me quitó el chaleco y comenzó a palpar mi blusa. Me avergonzaría transcribir aquí todo lo salía por esa boca, no paró de decir de la manera más vulgar todo lo juraba que iba a hacerme. Me besaba y me agarraba los pechos bruscamente, me apretaba contra él sin dejar de soltar cochinadas.
Me apoyó en la mesa de camilla y me bajó las bragas. Primero hurgó como el que ha perdido algo, después lamió como el que se muere de sed. Cuando se incorporó me la puso entre las piernas y comenzó a rozarse. El roce de su miembro tan enorme como calentito me mojó más que la lluvia.
Me gustó tanto que decidí premiarlo haciéndole algo que se me da muy bien, al menos eso dicen todos los hombres con los que he estado… sin excepción. Me arrodillé ante él y, sonriente, le ofrecí mi boca para colmarlo de las maravillas que acostumbro a hacer con ella.
Su cara desencajada certificaba que estaba haciendo bien mi trabajo, tanto que tuvo que frenarme en seco y llevarme a la habitación. No dejó que me quitara las ropas que aún me quedaban. Me tumbó en la cama y se tiró sobre mí como un animal hambriento.
No podía imaginar que unos movimientos tan torpes lograrán darme tanto placer. Mis gritos no callaban sus gemidos ni sus impertinencias que se le escapaban como dardos.
Quedamos exhaustos. La ropa terminó de secarse y la lluvia cesó.
De vez en cuando voy a verlo. Me sigue diciendo guarradas mientras me toca como si yo no le dejara hacerlo. Sin miedos, sin tabúes, retozamos a nuestro antojo llueva o truene y … que salga el sol por donde quiera.

1 comentario:

palabras y silencios dijo...

me gusta la lluvia y el relato, felicidades.