viernes, 7 de enero de 2011

Orígenes

Dicen que en el principio fue el verbo. Mentira cochina. En el principio fue la palabra. Común. Simple. Preferentemente en singular. Sin adjetivos, sin colorantes ni conservantes. Los nombres propios no existían, ni falta que hacían. Las construcciones, las perífrasis y las composiciones se quedaban para la práctica, que eso sí que era aprendizaje significativo…

Primitivismo del lenguaje. Yo decía “bragueta” y una mano exploraba la dureza de mi entrepierna de forma automática. Ella decía “lengua” y yo humedecía la suya de la mejor de las maneras posibles. Decir “teta” era anticiparse a la visión de unos pezones sonrosados, decir “culo” suponía la caída al suelo de su sucinta ropa interior, decir “cama” era indicar simplemente el sitio, decir sexo era abrirse a todo una noche de deseos y placeres por satisfacer. Una relación primitiva que un día llegó a su fin. Creo que fue al mencionar aquel maldito vocablo.

-“Fellatio”, dije al aire, dándome aires del adulto que probablemente nunca fui. Cuando tuve que explicar el término comenzó el principio del fin. Que si el francés, que si el griego, que si la cubana… Complejidad en los nombres para llamar a lo de siempre. Del latín pasamos a los adjetivos y de los adjetivos a las oraciones compuestas y de éstas a las perífrasis… Lo peor fue la llegada del condicional. Condiciones que convertían en condicionantes: ¿Querrías? ¿Podríamos? ¿Te gustaría? ¿Deberíamos?

Una relación adulta llegó a decirme alguien. Malditos verbos y malditos adjetivos, malditas oraciones simples y malditas oraciones compuestas. Es ley de vida. Sólo deseo volver a los orígenes…


1 comentario:

Anónimo dijo...

Si es que no hay nada como el hombre primitivo.