Desnuda
frente al espejo, apenas acariciada por la penumbra de la habitación y por un
lejano aroma de azahar, sucumbió a la tentación alguna vez pensada. Alcanzada
por el nuevo tiempo, guardaba cuidadosamente la mantilla mientras veía sus
curvas de mujer reflejadas en la distancia y en la memoria. Curvas que sólo
besó la manoseada luna de Parasceve y el misterio de una Pasión que le hubiera
gustado sentir y escribir en minúsculas. Cerró los ojos y suspiró. Aspiró la
penumbra de la habitación y desplegó generosamente la mantilla sobre su piel
desnuda, dejando que la blonda acariciara la dureza incipiente de sus pechos…
En
la habitación contigua, él parecía mimetizar los recuerdos de su vecina. El
traje oscuro le traía recuerdos de noches oscuras que, una vez más, habían
pasado en blanco. Tendido sobre la cama, tras dejar los gemelos de la camisa
sobre la mesilla, dejó aflorar sus recuerdos por la dureza de su entrepierna.
Las caricias de su mano anhelaron las curvas de su vecina. No podía imaginar
que compartían deseos y pensamientos en sus caricias...
Sólo dos dedos de ella bastaron para apartar la blonda que cubría su
sexo y sólo la punta de uno de ellos bastó para soñar una prórroga de la
primavera. Así lo soñó, así lo sintió y así lo gimió… La humedad sobre las
sábanas la devolvió a la realidad. La relajación de su piel desnuda apareció de
nuevo en un espejo que reflejaba encajes y volantes de un traje colgado. La
piel desnuda suspiró ser acariciada por sus lunares, en la que debía ser una
noche definitiva. La primavera parecía concederle una segunda oportunidad…
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