Entre otras cosas, es hoy mi cumpleaños y es sábado y por eso, exquisitamente desnuda en el balcón, Elisa toca para mí el violonchelo bajo el más blanco plenilunio, como una loba hermosamente humana. Así, no es arduo imaginarse que yo descubrí el sexo y la música a la vez. Desde entonces nunca abandonaría la música. Me enseña las notas como siempre y no quiero aprender mientras que me imagino su coño como una taza caliente de dulcísimo té para mi boca, como una matrícula de honor para mis dedos. Toca una tecla y dice: «do». Toca otra tecla y dice «sol». La re la, si do re la, si do re mi fa sol la sol fa mi fa re. Poseído por el sonido de la noche, toco suavemente la belleza de su pálido torso, o sea sus pezones rosáceos y franceses, lo mismo que las teclas de un piano. Ella canta por dentro, estoy seguro, como lo hace por fuera. Le toco su espalda con mi exquisita mano izquierda y la araño pidiéndole perdón mientras desciendo vertiginosamente hasta que uno de mis pequeños dedos, cualquiera, a ella le da igual, la penetra con ternura y es música que no dice ni mu y un par de ojos de neón y un afilado diente clavadito en su labio inferior. Y eso demuestra que sirvo para algo. Y huyo hacia ella rápidamente, mirándola a los ojos como un músico mira su teclado. Y se pone de pie mientras gotea como una venus de mármol bajo la minuciosa lluvia del sudor. Re sol fa mi, re sol fa mi. Y Elisa brilla bajo la inmensa perla de semen que es la luna en el decurso de sus noches. Re sol fa mi, re sol fa mi. Y no sabe escribir mientras se corre.
... Y desde ese momento yo procuro hacerlo a su dictado para que pueda irse a follar con otros.
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