En tu
nombre confundí el hábito de una novicia teatral con el blanco del cordero que
te da nombre. Inés, Inés, Inesita, Inés. Una canción infantil para la que ya
era toda una mujer. Blancos muros y blancas sábanas nos cobijaron. Blanca la
ropa que fue desnudando el blanco objeto de mis deseos. Blancura de pechos
sonrosados que hicieron enrojecer mi interior y un extremo de mi exterior. De
ellos supe paladear su leche templada hasta quedar saciado. Blancura de encaje
que descubrió un blanco monte nevado de deseos reprimidos. Nunca creíste tu
propia santidad. Cuando mi lengua separó las colinas de acceso al monte, el
paisaje cambió de color. Tuvo que sortear blancos fluidos pero llegó a la cima.
Del blanco al rosa y del rosa al rojo. Mi lengua tanteó, circundó y atacó. La
colina llegó a ser montaña. Y un terremoto con infinitas repeticiones cimbreó
el rojo monte, la rosada colina, los blancos muslos, los blancos pechos, las
blancas sábanas y hasta los blancos muros. Patria mía te he declarado. Tu
blanca miel ha marcado sus fronteras. Siempre dijiste que eras un corderito
pero aquel día sacaste la zorra que llevas dentro...
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