viernes, 22 de febrero de 2013

LA BLUSA, ABANDONADA EN EL SUELO por José Perona




Mientras desabrochas mi blusa
con esa suavidad que te define y se me hace eterna,
el vello empieza a herir mi piel
como cuando la acaricias con una pluma,
y todo se eleva y el deseo aparece de forma instantánea
como relámpago en una tormenta,
y ya, mi boca luce las primeras llamas
como chimenea en invierno
y los cuerpos se juntan hasta sentirse uno
y las sombras comienzan a jugar
y casi se desvanecen como cenizas de hoguera,
mi juicio pierde toda cordura
y el instinto primitivo de mujer que llevo dentro
y que lo sacas como nadie sabe hacerlo,
es entonces, cuando dejo que mis dientes
muerdan tus labios y mis manos recorran
toda la urgencia de tu cuerpo.
Repito los envites en todas tus soledades
y tus ecos reviven cada uno de los encuentros
y pido que me hieras y cures mi cicatriz,
huérfana en tu ausencia.
Amanece.
La blusa, abandonada en el suelo,
llevan, aún hoy, las huellas de tus cinco dedos,
los mismos que guardo en mi carne y mi memoria.

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