¡Sí,
sí, sí...! Ya sé que es cosa de gays pero no veas como me pones vestidito de
romano. No es nuevo. Desde pequeña te veía en la estantería de la cocina y me
subían unas calores que no veas, con esa carita de niño bueno y esa mirada
hacia lo alto, con esa túnica roja y verde y las piernas al aire... ¡Hmmm...!
¡Qué bien!... Así, así... Me decían que eras un soldadito romano que perdiste
la vida pronto... ¡Ay vida mía...! Vida la que tú me das... En el siglo tercero
te mataron en Frigia o algún lugar así, una palabreja que siempre me sonó a
frigidez, ¡a mí, que con tan poquito llegaba tan lejos...! ¡Por ahí, mi vida,
por ahí...! Nunca entendí lo del perejil, que algún maldito escozor me provocó
en maldita sea la parte, pero, desde el día que desaparecieron las moneditas de
tu dedito, mi vida cambió por completo. ¡Sí, sí, sí, síiii...! Por completo.
Bendito euro... Me olvidé de las estampitas, del almanaque de bolsillo, de
azulejitos y hasta de tu casa de la calle Águilas... ¡Sí, mi vida así...! Toca
con tu dedito, que mi almendrita es toda tuya... Hmmm, no veas lo dura que se
pone... Es que no puedo más mi vida... No le gustarías al emperador romano de
tus tiempos pero para mí eres todo un rey. ¡Hmmm...! Santo, joven, emperador,
rey, vida... ¡Hmmmm...! Te cabes y me cabes todo... ¡Hmmm...! Tu dedito, tu
librito y hasta la peanita... ¡Sí, sí, sí, síiii...! Ay Pancracio, perdona
estas humedades, amor de mis amores, flor de las flores, santo de mi vida, dulce
compañía, no me dejes sola, ni de noche, ni de día...
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