¡Que viene el lobo!
Todas
las semanas la madame anunciaba la misma historia. Empezaba a cansar. Anunciaba
a bombo y platillo la llegada de aquella fiera, de aquel miembro descomunal a
un cuerpo pegado que haría las delicias de las invitadas al local. Un anuncio
que motivaba fantasías en la mente del público asistente y húmedos anhelos en
los rincones más profundos de la femenina concurrencia…
¡Que viene el lobo! Aquella noche no iba a ser menos… Muchachas,
señoras, damas, y hasta alguna abuela que no creyeron la advertencia. Empapadas en alcohol
y en deseos, al ritmo del reggaeton de turno, tocando palmas a un ritmo cansino
y cansadas de musculitos de gimnasio de barrio, de disfraces de bombero y de
bailecitos ridículos con disfraces de la tienda asiática. Así estaban ellas.
Despedían solterías y anhelaban cópulas maritales, extramaritales o ultramarimortales…
¡Que viene el lobo!… Esta noche. No era un farol rojizo de noches para
olvidar. Era una realidad. Llegó entre las aburridas palmas de las que
dependían solterías eternas. Con pantaloncito ajustado que pronto voló al
público. Con puntiagudas orejitas postizas. Era el único añadido… Eso dudaron
algunas cuando el tan aclamado animal pidió una voluntaria. Entradita en
carnes, con blusa imposible y falda inglesa por lo que enseñaba. Con alguna
copita de más. Eso pensaron sus amigas cuando la vieron lanzarse sobre la
entrepierna de la fiera. Rauda le bajó los pantalones y la fiereza se hizo
pública. Insultantemente pública. Una enormidad que a las jóvenes pareció mando
de videoconsola y a las mayores bastón de mando para poner en la consola. Hay
sus opiniones… Mientras sobaba las carnes rebosantes de la voluntaria, la fiera
ofreció el habitual bote de nata para el acompañamiento. Dulce y salado que lo
llaman. Sin vergüenza alguna, la orondita joven untó, reuntó y lamió. Primero
la punta. Luego a conciencia. Con el ritmo que marcaba aquella bestia con hábiles
tirones de las trenzas que la incauta había pensado para la ocasión. Más
adentro. Y más. Y más. Y más nata. Y ya sin nata. Hasta que la fiera, palmas en
el público de cansancio y de inicio de espanto, pronunció la sentencia: “toda entera dentro”. Las dudas del
público quedaron disipadas: toda, significaba toda. Entera significaba entera. Y
dentro significaba dentro…
Tras
la consumación de la sentencia, tanga para la ocasión por los suelos y blusa
desajustada, la orondita voluntaria volvió a su sitio con el acaloramiento
propio de aquella que consigue demostrar lo que parece una imposibilidad
física. El ritmito de palmas decayó en el público. Más todavía cuando la madame
volvió a pedir una nueva voluntaria… Por el estrado femenino se expandió, en
una difícil simbiosis, la necesidad de jugar al escondite, la creencia en las
moralejas de los cuentos y el juramento de no volver a probar pastel alguno que
tuviera la más mínima presencia de nata…
2 comentarios:
La que avisa no es traidora.
Quiero el ataque de ese lobo!!!!!!!!!!!
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