El silencio cubrió de incertidumbres la noche más hermosa; su piel se
erizaba imaginando las caricias robadas; sus labios, húmedos como la escarcha,
esperaban besos de amaneceres placenteros.
Todo su cuerpo, vestido de ardiente pasión, era una joya susurrada por
cientos de deseos que acariciaban los pliegues de las sombras de la madrugada.
Había una luz envolvente que abrazaba todo su ser, desenfrenadamente, y
todos sus sentidos, incontrolados, enloquecían al imaginar sentirse saboreada,
como si toda fuese de miel, por la hoguera de fuego de la lengua de su amado.
Entre tanto, la luna dibujaba la belleza de la noche sobre su piel
deliciosamente desnuda y suspiraba, estremecida, tratando de borrar el vacío de
su inevitable ausencia.
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