En tu
nombre confundí el hábito de una novicia teatral con el blanco del cordero que
te da nombre. Inés, Inés, Inesita, Inés. Una canción infantil para la que ya
era toda una mujer. Blancos muros y blancas sábanas nos cobijaron. Blanca la
ropa que fue desnudando el blanco objeto de mis deseos. Blancura de pechos
sonrosados que hicieron enrojecer mi interior y un extremo de mi exterior. De
ellos supe paladear su leche templada hasta quedar saciado. Blancura de encaje
que descubrió un blanco monte nevado de deseos reprimidos. Nunca creíste tu
propia santidad. Cuando mi lengua separó las colinas de acceso al monte, el
paisaje cambió de color. Tuvo que sortear blancos fluidos pero llegó a la cima.
Del blanco al rosa y del rosa al rojo. Mi lengua tanteó, circundó y atacó. La
colina llegó a ser montaña. Y un terremoto con infinitas repeticiones cimbreó
el rojo monte, la rosada colina, los blancos muslos, los blancos pechos, las
blancas sábanas y hasta los blancos muros. Patria mía te he declarado. Tu
blanca miel ha marcado sus fronteras. Siempre dijiste que eras un corderito
pero aquel día sacaste la zorra que llevas dentro...
Letras turgentes para la noche. Lengua de punta para las ondas.Erotismo a flor de piel. Una invitación a los sentidos. La puerta está entreabierta...
lunes, 25 de febrero de 2013
viernes, 22 de febrero de 2013
LA BLUSA, ABANDONADA EN EL SUELO por José Perona
Mientras desabrochas mi blusa
con esa suavidad que te define y se me hace eterna,
el vello empieza a herir mi piel
como cuando la acaricias con una pluma,
y todo se eleva y el deseo aparece de forma instantánea
como relámpago en una tormenta,
y ya, mi boca luce las primeras llamas
como chimenea en invierno
y los cuerpos se juntan hasta sentirse uno
y las sombras comienzan a jugar
y casi se desvanecen como cenizas de hoguera,
mi juicio pierde toda cordura
y el instinto primitivo de mujer que llevo dentro
y que lo sacas como nadie sabe hacerlo,
es entonces, cuando dejo que mis dientes
muerdan tus labios y mis manos recorran
toda la urgencia de tu cuerpo.
Repito los envites en todas tus soledades
y tus ecos reviven cada uno de los encuentros
y pido que me hieras y cures mi cicatriz,
huérfana en tu ausencia.
Amanece.
La blusa, abandonada en el suelo,
llevan, aún hoy, las huellas de tus cinco dedos,
los mismos que guardo en mi carne y mi memoria.
lunes, 18 de febrero de 2013
EN TU AUSENCIA por Lourdes N.J.
Empiezo un leve gemido, así, te llamo,
apareces sin decir nada, te acercas.
Fundimos nuestro éxtasis con pasiones y locuras.
No puedo más, lo sabes
Empieza el juego,
jugamos con gentil postura y…
martes, 12 de febrero de 2013
PANCRACIO (IRREVERENTE SANTORAL II)
¡Sí,
sí, sí...! Ya sé que es cosa de gays pero no veas como me pones vestidito de
romano. No es nuevo. Desde pequeña te veía en la estantería de la cocina y me
subían unas calores que no veas, con esa carita de niño bueno y esa mirada
hacia lo alto, con esa túnica roja y verde y las piernas al aire... ¡Hmmm...!
¡Qué bien!... Así, así... Me decían que eras un soldadito romano que perdiste
la vida pronto... ¡Ay vida mía...! Vida la que tú me das... En el siglo tercero
te mataron en Frigia o algún lugar así, una palabreja que siempre me sonó a
frigidez, ¡a mí, que con tan poquito llegaba tan lejos...! ¡Por ahí, mi vida,
por ahí...! Nunca entendí lo del perejil, que algún maldito escozor me provocó
en maldita sea la parte, pero, desde el día que desaparecieron las moneditas de
tu dedito, mi vida cambió por completo. ¡Sí, sí, sí, síiii...! Por completo.
Bendito euro... Me olvidé de las estampitas, del almanaque de bolsillo, de
azulejitos y hasta de tu casa de la calle Águilas... ¡Sí, mi vida así...! Toca
con tu dedito, que mi almendrita es toda tuya... Hmmm, no veas lo dura que se
pone... Es que no puedo más mi vida... No le gustarías al emperador romano de
tus tiempos pero para mí eres todo un rey. ¡Hmmm...! Santo, joven, emperador,
rey, vida... ¡Hmmmm...! Te cabes y me cabes todo... ¡Hmmm...! Tu dedito, tu
librito y hasta la peanita... ¡Sí, sí, sí, síiii...! Ay Pancracio, perdona
estas humedades, amor de mis amores, flor de las flores, santo de mi vida, dulce
compañía, no me dejes sola, ni de noche, ni de día...
sábado, 9 de febrero de 2013
CONFESOR (IRREVERENTE SANTORAL I)
Mire padre Juan que confieso que
he vivido, que confieso que he sentido, y que confieso soñar con su voz, con su
timbre, con sus palabras cadenciosas y con sus consejos que penetran en lo más
profundo de mis deseos y que copulan con mis más sugerentes fantasías…
Fue la última confesión del padre
Nepomuceno antes de su martirio. Cuentan en la feligresía que su lengua quedó
intacta tras su muerte. Su cuerpo se arrojó al río. Su alma llegó al limbo. Su incorrupta lengua sigue enviando
almas virginales a los más elevados cielos…
lunes, 4 de febrero de 2013
LA CATORCE ES DE ASTERIÓN por Alejandro Lérida
Yo,
casi como Borges,
sueño con laberintos y mujeres.
Y basta una mujer y dos espejos
opuestos, enfrentados,
para, sin otro sueño,
construirme un laberinto con Ariadna,
la infalible belleza de esa mujer desnuda.
La habitación evoco de aquel hotel de Atenas
que me obsequiaba sus comodidades
sin exigirme nada:
las paredes y puertas eran de espejo,
de modo que el que entra en la catorce
lo hace al centro mismo
de un laberinto interminable.
La hermosa Ariadna, el infalible hilo
que evitará que pierdas la cordura
en la infinita piel del laberinto
que es siempre una mujer desnuda y esperándote…
Y yo, partido
por la mitad, partido, preparándome para
lo que yo imaginaba que sería
la posesión del mundo…
Y ella empezó a hablar interminablemente
con aquella energía
que ni yo mismo podría explicarme:
"Yo soy tuya, sencillamente, tuya
y nada más, nunca lo olvides: tuya.
No de ese presuntuoso que se cree un dios".
Y me conmovió a tal extremo que decidí amarla tantas veces.
Con la curiosidad de un fiel coleccionista,
me agaché hasta ella. Y la felicidad se me escapaba
por todas las fisuras de mi imaginación.
Hay mujeres que no terminan nunca.
Multiplicada por mil, dueña del laberinto,
y yo detrás de cada una, enrocado en sus piernas,
entre la realidad, Teseo, su espada, la vigilia,
y ella atravesada por unos signos que en ese momento
le parecieron tan incomprensibles.
No lo sé, no podría decirlo. Como un animal después de un largo sueño…
Todo esto puede no haber ocurrido.
Y muchos son los que aseguran que Ariadna
no pudo sentir eso, que está incurablemente enferma,
completamente corrompida. Pero no hay tal cosa.
Yo sé que el hombre huye
de ese espectáculo de su belleza como de un mal presagio.
Pero en tus ojos, hermosísima Ariadna,
el mundo reconoce todavía los ojos de Asterión.
casi como Borges,
sueño con laberintos y mujeres.
Y basta una mujer y dos espejos
opuestos, enfrentados,
para, sin otro sueño,
construirme un laberinto con Ariadna,
la infalible belleza de esa mujer desnuda.
La habitación evoco de aquel hotel de Atenas
que me obsequiaba sus comodidades
sin exigirme nada:
las paredes y puertas eran de espejo,
de modo que el que entra en la catorce
lo hace al centro mismo
de un laberinto interminable.
La hermosa Ariadna, el infalible hilo
que evitará que pierdas la cordura
en la infinita piel del laberinto
que es siempre una mujer desnuda y esperándote…
Y yo, partido
por la mitad, partido, preparándome para
lo que yo imaginaba que sería
la posesión del mundo…
Y ella empezó a hablar interminablemente
con aquella energía
que ni yo mismo podría explicarme:
"Yo soy tuya, sencillamente, tuya
y nada más, nunca lo olvides: tuya.
No de ese presuntuoso que se cree un dios".
Y me conmovió a tal extremo que decidí amarla tantas veces.
Con la curiosidad de un fiel coleccionista,
me agaché hasta ella. Y la felicidad se me escapaba
por todas las fisuras de mi imaginación.
Hay mujeres que no terminan nunca.
Multiplicada por mil, dueña del laberinto,
y yo detrás de cada una, enrocado en sus piernas,
entre la realidad, Teseo, su espada, la vigilia,
y ella atravesada por unos signos que en ese momento
le parecieron tan incomprensibles.
No lo sé, no podría decirlo. Como un animal después de un largo sueño…
Todo esto puede no haber ocurrido.
Y muchos son los que aseguran que Ariadna
no pudo sentir eso, que está incurablemente enferma,
completamente corrompida. Pero no hay tal cosa.
Yo sé que el hombre huye
de ese espectáculo de su belleza como de un mal presagio.
Pero en tus ojos, hermosísima Ariadna,
el mundo reconoce todavía los ojos de Asterión.
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