sábado, 19 de enero de 2013

TRANSPARENTE



El dilema se convierte en un peso quizás ingrávido, etéreo, casi transparente. Llevo toda la noche cargando con el peso de una culpa todavía no cometida, una sombra oscura que me envuelve frente a la luz que ella irradia. Ya lo dudo, no sé si es un brillo exterior o sale de lo más profundo de su ser. Del blanco sobre blanco de su vestido, del encaje blanco sobre su blanca piel, de la frialdad nívea de las palabras con las que me abrasa, de las sutiles maniobras con las que se ha ido despojando de sus ropas, de sus tabúes y de sus normas, caídas, una tras otra, por los límites escalonados de un rincón de la transparencia. Ya no distingo los límites. Es el momento de decidir entre la vulgaridad de la fácil realidad con la que contraje eterno matrimonio y la transparencia de unas curvas que me invitan a lamer sensaciones, degustar placeres, palpar curvas y hacerme dueño de lo más profundo de su sexo. Los términos se invierten: se trata del deseo o de la realidad. Y tengo que decidirme. Creía haberlo hecho ya cuando su pregunta me sumergió en un lascivo mar de dudas y deseos:
“¿Vas a irte ahora que viene lo mejor?”   

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