Muchas noches pensé si eras
trono, dominación, virtud, potestad, querubín o serafín. Llegabas en silencio,
en el suspiro de un vuelo etéreo, confundido con las sombras y revestido de tu
iconografía angelical. Puro tópico. Me susurrabas músicas celestiales y
llenabas mis oídos de aquello que yo quería oír. Quizás así me conquistaste
para tus cielos… Caía la noche y yo sabía que eras mi guardián, ángel de mis
sueños, dulce compañía. Llegabas, callabas y mirabas. Y en un aleteo rápido,
huías hasta los cielos de otras moradas… Hasta que te comprendí. Y te esperé. Y
llegaste. Y te miré. Y me acaricié. Y me desnudé. Sin tapujos ni complejos. Mis
braguitas descendieron lentamente de los cielos a la tierra. Desnuda frente a
ti. Y me mostré. Y me dejé. Y me abrí. Y me llené. Y me callé. Y controlé. Y
sucumbí. Y grité. Y me dejé. Y me corrí. Y ascendí. Y descendí… Un vuelo que me
llevó a las más vertiginosas de las alturas… Ahora estoy en la más placentera
de las estabilidades. Siento que lo he comprendido. Porque lo he vivido. Porque
lo he sentido. Porque la humedad que se derrama de mi sexo así me lo recuerda…
Esta noche no he notado que tuvieras alas.
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