Una habitación cualquiera de un hotel cualquiera. 16:30 horas. Más ó menos…
Dame veneno que quiero morir, dame veneno…
Ahogando la musiquilla rítmica del viejo ventilador ha venido a mi mente aquella melodía de otros tiempos inconfesables. La vida es así de estúpida e imprevisible. Tanto como la estampa que componemos los dos, yo aquí, desnudo, inocente y débil; totalmente desnudo, qué cojones…Ella está enfrente, desnuda, completamente desnuda. Quizás miento. Quizás no. Una pistola en su manos parece revestirla con el pudor que nunca le conocí y parece armarla con la dureza que sólo palpé en el centro de sus pezones. La misma con la que parece sostener la maldita arma. Con las dos manos. Apunta a lo más profundo de mis intestinos. Así lo siento y así lo temo.
…Ay levántame la chaqueta y mírame este costao, verás la puñalaíta, que por tu querer me han dao…
Mierda de coincidencias y mierda de canción. Nunca imaginé que llegaras a esto y menos en esta tarde de pasiones y deseos. No hace ni un rato, ni un minuto, ni un segundo, que te susurraba palabras delicadamente guarras en tus oídos mientras llenaba tu entrepierna de placeres y del mismísimo maná caído del cielo. Eso creía yo. Siempre fui el estúpido que quise evitar ser, el amante que creyó no sucumbir en el veneno de tus labios. Así me veo: inútilmente desnudo ante la fiel diosa de mis deseos convertida en la más fiel ejecutora. La muerte, mi muerte, a sólo un click. Abrir y cerrar de ojos. Hay un ambiente de sudores jóvenes mezclado con la densidad opresiva del calor de agosto. Dos gotas de sudor compiten en la jugosa y apetecilbe curva de tus pechos. No lo puedo evitar. Nunca lo pude evitar. Siempre que estuviste ante mí se me iba la mirada al mismo lugar. No me mires más las tetas, llegaste a decir en alguna ocasión. Yo sonreía. En este puto y jodido momento te has conformado con una pregunta más directa:
-Dime quién te envía.
No he sabido contestar. Siempre supe hacer preguntas pero nunca tuve respuestas
-¿Ahora eres sordo? Dime quién te envía.
Su mirada me cataloga como el imbécil que debo parecer en estos momentos. Desnudo frente a una mujer desnuda. Ha quitado el seguro de la pistola. Definitivamente, esto no parece un juego. El habitual cosquilleo de mi entrepierna se ha trasladado a mis intestinos. Me quedan segundos. O décimas. Mis ojos no pueden evitarlo. Susurra el silenciador de una pistola y mis ojos contemplan, por última vez, la dureza de unos pezones cuyo orgásmico veneno probé en una vida que una vez viví…
Dame veneno que quiero morir, dame veneno, antes prefiero la muerte que vivir contigo…
Dame veneno que quiero morir, dame veneno…
Ahogando la musiquilla rítmica del viejo ventilador ha venido a mi mente aquella melodía de otros tiempos inconfesables. La vida es así de estúpida e imprevisible. Tanto como la estampa que componemos los dos, yo aquí, desnudo, inocente y débil; totalmente desnudo, qué cojones…Ella está enfrente, desnuda, completamente desnuda. Quizás miento. Quizás no. Una pistola en su manos parece revestirla con el pudor que nunca le conocí y parece armarla con la dureza que sólo palpé en el centro de sus pezones. La misma con la que parece sostener la maldita arma. Con las dos manos. Apunta a lo más profundo de mis intestinos. Así lo siento y así lo temo.
…Ay levántame la chaqueta y mírame este costao, verás la puñalaíta, que por tu querer me han dao…
Mierda de coincidencias y mierda de canción. Nunca imaginé que llegaras a esto y menos en esta tarde de pasiones y deseos. No hace ni un rato, ni un minuto, ni un segundo, que te susurraba palabras delicadamente guarras en tus oídos mientras llenaba tu entrepierna de placeres y del mismísimo maná caído del cielo. Eso creía yo. Siempre fui el estúpido que quise evitar ser, el amante que creyó no sucumbir en el veneno de tus labios. Así me veo: inútilmente desnudo ante la fiel diosa de mis deseos convertida en la más fiel ejecutora. La muerte, mi muerte, a sólo un click. Abrir y cerrar de ojos. Hay un ambiente de sudores jóvenes mezclado con la densidad opresiva del calor de agosto. Dos gotas de sudor compiten en la jugosa y apetecilbe curva de tus pechos. No lo puedo evitar. Nunca lo pude evitar. Siempre que estuviste ante mí se me iba la mirada al mismo lugar. No me mires más las tetas, llegaste a decir en alguna ocasión. Yo sonreía. En este puto y jodido momento te has conformado con una pregunta más directa:
-Dime quién te envía.
No he sabido contestar. Siempre supe hacer preguntas pero nunca tuve respuestas
-¿Ahora eres sordo? Dime quién te envía.
Su mirada me cataloga como el imbécil que debo parecer en estos momentos. Desnudo frente a una mujer desnuda. Ha quitado el seguro de la pistola. Definitivamente, esto no parece un juego. El habitual cosquilleo de mi entrepierna se ha trasladado a mis intestinos. Me quedan segundos. O décimas. Mis ojos no pueden evitarlo. Susurra el silenciador de una pistola y mis ojos contemplan, por última vez, la dureza de unos pezones cuyo orgásmico veneno probé en una vida que una vez viví…
Dame veneno que quiero morir, dame veneno, antes prefiero la muerte que vivir contigo…
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