No era la primera vez que lo veía, coincidíamos tres días en semana en la playa cuando él salía a correr y yo a pasear. Era un joven muy atractivo, más que guapo, algo desaliñado en su aspecto y con unos ojos azules como un cielo de abril. Fueron muchos los días en el mismo lugar, muchas miradas furtivas y muchas medias sonrisas. Pero aquella noche, fue distinta a todas cuando lo vi llorar y desolado sobre la arena. Tenía miedo de acercarme a él porque no sabía cómo iba a reaccionar. Pero mi deseo de tocarlo para saber que era real, era más fuerte que mi incertidumbre, así que sin pensarlo, me desplacé hasta donde se encontraba. Le eché mis brazos por su espalda arropándolo por el cuello y lo acuné entre mis pechos. Durante unos minutos nos mantuvimos quietos y en silencio. Mis lágrimas comenzaban a brotar también en mis ojos y corrían ya por mi cara. Él, se aferraba a mis manos con firmeza, como si estuviera a punto de caer por un precipicio. Pasados unos minutos, comenzó a darse la vuelta y quedo de rodillas ante mí. Con sus dedos pulgares, empezó a retirar de mi cara las lágrimas que aún seguían cayendo. Levantó un poco mi cabeza y besó mis labios. No reaccioné, me sentí frágil, confundida y casi entregada. Volvió a besarme, pero esta vez no se retiró, esperó una reacción mía, quizás algún tipo de rechazo o incluso una bofetada. No fue así, me entregué en cuerpo y alma. Respondí a sus besos con una fogosidad y una lujuria excepcional, hasta llegar a la infamia del goce.
Caímos al suelo abrazados con las bocas unidas con una locura puesta, que jamás antes había experimentado.
Empezó a tocarme los muslos para seguir subiendo por las caderas hasta llegar a los pechos. Siguió acariciándome los pechos con nerviosismo y firmeza durante un rato.
Le quité la camisa de un tirón, no tenía tiempo ni ganas de pararme en detalles. Manoseaba toda su espalda, sus brazos y sus glúteos por encima de sus ropas.
Metió sus manos por debajo de mis ropas. No acostumbraba a llevar sujetador, así que se encontró con mis senos de golpe. Me levantó la camiseta y mis pechos quedaron al aire y comenzó a besarlos, a lamerlos y a mordisquearlos. Yo no atinaba a desabrocharle el pantalón. Retiró mis manos y terminó por hacerlo él. Se levantó un poco para bajarme a mí, los pantalones. Quedamos los dos semidesnudos tendidos sobre la arena chocolate como mis pezones. Le fui bajando la ropa hasta dejar al descubierto su culo, que lo tenía duro como una mesa de mármol. A continuación, él metió su mano en mis genitales totalmente depilados. Terminé de bajarles los calzones y dejó al descubierto su miembro. Hicimos el amor con viveza, tanto, que lo tuve que apaciguar un poco. El seguía encima de mí, con un ritmo frenético e incansable. Tomé la iniciativa del juego dejándome llevar por una mezcla de deseo y de sentimientos que hasta ese momento desconocía. Su sabor, su lengua, su tacto con mi piel resultaba fuertemente provocador. Su boca buscaba la mía sin darme tregua, la mordía una y otra vez como un indigente hambriento. Sus manos no se apartaban de mis glúteos mientras me hacía el amor, hasta llegar al clímax. Así fue como acabamos este ardiente encuentro hacia un goce desconocido. Fugaz, pero intenso como nunca antes lo habíamos vivido. Terminamos extenuados y tendidos sobre la arena mirando al cielo, con la respiración aún agitada por la media hora frenética de sexo. No hubo preguntas sobre sus lágrimas ni sobre su desolación.
1 comentario:
lo lei y goze al mismo tiempo que lo leia,parece que ese personaje de ojos azules esta sacado de la realidad y no de la ficcion,muy bueno.
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