La soledad y la oscuridad de la noche no fueron obstáculo. Tampoco lo fue el hecho de sentirse observada, muy observada. A su piel desnuda no le importó. A sus hábiles dedos, mucho menos. Con delicadeza apartó cada límite superpuesto: nada amortiguaría su encuentro con el secreto oculto. Y la paciencia todo lo alcanza. Su desnudez y su secreto frente a frente. Dignidad y placer, tan real el uno como el otro. Dicen que un gemido rompió el silencio de la noche cuando rozó, definitivamente, el duro guisantito secretamente guardado…
1 comentario:
¿guisantitos?... ah, sí, el guisantito... yo es que estaba como paralizado al otro lado de la huerta... unos melones como asandías con la pipa negra...
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