domingo, 10 de mayo de 2015

ALICIA




-¡Pelirroja mala suerte…!

Ha sonreído delante del espejo recordando la cantinela que la acompañaba desde la más tierna infancia. En la calle, en el cole, con las amigas… Una acumulación de tópicos que no cesaron con la llegada de la adolescencia, aquellos días intensos en los que no desaparecieron las pecas de sus mejillas, en los que aumentó el volumen de sus pechos y en los que el rojo de sus trenzas se expandió a aquellos pezones incipientes y a otros lugares más inconfesables.

Pelirroja mala suerte...! Cuando sus compañeros de clase le tomaron gusto a la cantinela, también lo hicieron, otro tópico más, con la costumbre de pellizcarla para evitar la supuesta mala suerte. Y pellizcaban, vaya si pellizcaban, ellos sabían donde y ella sabía donde, aunque nadie quisiera explicar el porqué, ni falta que hacía…

- ¡Pelirroja, mala suerte…!  Le susurró aquel pícaro profesor particular después de enseñarle que en la mitología griega las mujeres pelirrojas eran consideradas brujas, perversas, provocativas y amigas de lo oscuro; todo, un momento antes de contarle otro secreto  desconocido hasta entonces:

- Si te cruzas con una pelirroja, tendrás mala suerte durante tantos días como botones tenga tu camisa…

No sabía el pícaro educador que aquel rojo del pelo se asociaba al riesgo de una mujer que le arrancó todos y cada uno de sus botones, a la obstinación de unos pezones encaprichados en una dureza perturbadora, al peligro de una joven cuyas manos descendían como una melodía dotada de ritmo por su entrepierna, y a la sorpresa de toda una dama que prolongaba el rojo de sus cabellos hasta el vértice prohibido bajo  una volátil falda.     

- ¡Pelirroja mala suerte...! Delante del espejo ha recordado todas aquellas secuencias en un instante. Quizás haya sido una eternidad. El cristal le ha recordado el peligro que se encierra en cada rincón de su desnuda piel. Las trenzas son el presente de un pasado cercano en el deseo. El tiempo se ha detenido en la eternidad de sus curvas de mujer. Eso pregona el espejo. En la soledad de la habitación, sus manos siguen acariciando la más sensual de las melodías…  

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