Todo era me da
igual y eso le hacía siempre dudar. Y es que recordó el día que le dijo que
bueno, que ella se dejaría hacer pero que ella no le haría nada. Fue después de
preguntarle, con dos copas, como de broma pero morbosamente, si ella estaría
dispuesta a tener relaciones con otra mujer.
Aquel me da igual
por todo y amoldarse a cualquier plan que él le propusiera le daba esperanzas
de que fuera una mujer abierta a todo.
Fue entre aquella
duda suya y una cosa que ella le contó que la cuestión quedó resuelta. Lo que
le contó un día cenando fue que una pareja amiga suya, de la que le había
hablado en alguna ocasión anterior, se decidió a contratar por teléfono a una
prostituta para hacer tríos, bueno no dijo prostituta, “una chica” para hacer
tríos. Según le contaron, tanto se habían habituado a hacerlo los tres que ella
ya no cobraba sino el gasto que hiciera en la casa, y ellos ya no podían tener
relaciones los dos solos. Las relaciones entre aquellos dos (que ya parecían pocos) amigos se
volvieron tristes, vacías, incompletas.
Fue contarle
aquello y que uniendo el relato a su quemazón tuviera arrestos para
proponérselo:
-Conozco una chica
que se vendría con los dos a la cama.
Ella se quedó en
silencio mirando distraída a un lado, se le notaba el latido de toda ella lo
que era prueba inequívoca de que estaba excitada.
-Entonces qué, ¿Quieres
que llame a la chica esta noche?
Su tardanza en responder, su cara seria, sembró la duda. Creyó haber
metido la pata y estar a las puertas de un no sé qué terrible. Le dio tiempo a
pensar que diría aquello de “me da igual”. Un momento más y aquella mujer
hermosa y entregada dejó salir unas palabras de sus labios: “Si quieres darme
el número la llamo yo”.
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