Decía no creer en
la depilación como si la cuestión fuera el creer o el no creer. Resultaba
divertido pensar en ello como en un dogma. Ella lo declaraba como un derecho de
la mujer, como una protesta, como una reivindicación de la naturalidad
femenina.
Todo en ella era
reivindicación, incluso su mirada; se reía como sorprendida de que lo que
dijera uno fuera gracioso; se reía, además, con naturalidad. Como no podía ser
de otra manera.
El pequeño mechón
denso, como grama negra, de su axila era un hermoso acumulador de un perfume
intenso rayano en lo ácido pero que con el tiempo llegué a buscar
intencionadamente. Ella se acariciaba aquel mechón riendo no sé muy bien por
qué.
Sus piernas
parecían cubiertas de una media negra, irregular, suave, esponjosa, que ni acariciando a contra
vello resultaba áspera. Una pelusa que también tenía debajo de la nariz si se
acercaba uno lo suficiente para apreciarla. De lejos parecía una sombra.
Su vello púbico
arrancaba debajo del ombligo como “un reguero de hormiguitas” que bajaba
abriéndose en un abanico que no permitía vislumbrar su sexo carnoso. Por
detrás, cuando iba al baño, podía verse de espaldas la espesura entre las
piernas, a contraluz, al levantarse de la cama.
Ella era cortante,
infiel, sensual y altiva, utilizaba mucha saliva en sus besos y era carnal
cariñosa y besucona. En la intimidad, enamorado profundamente de su piel blanca
y su naturalidad femenina, me acercaba a su oído y le llamaba: mi hirsuta.
-Tengo pelo en
todos los sitios donde se puede tener –dijo un día distraída, al principio,
cuando salió por primera vez el tema y no había visto aún casi nada, el vello
era entonces una promesa.
Y es que toda la
experiencia sexual con ella se basó principalmente en aquella inquietante
diferencia, en ese mostrarse ella tal como era, sin contenerse en nada, y ese
ser suyo tenía en el vello su estandarte y se convertía cada vez que nos
enredábamos en protagonista de todo aquello tan salvaje, tan ensalivado, tan
interrumpido por las hebras de vello en los labios, tan perfumado, tan íntimo
porque la intimidades eran más escondidas por estar cubiertas de vello.
Hirsuta en mi
recuerdo, o el amor salvaje.
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