Tenía
un coño muy bonito. Sé que suena brusco pero era la verdad. Ella me miró con
cara de desagrado cuando se lo dije “Eso es como mínimo poco romántico” no
diría yo tanto, digamos que, como me ha pasado tantas veces por ser sincero he
sido brusco u obsceno, nada más.
La cosa es que ella vino a casa con una ropa que se
había comprado, un vestido azul marino y me dijo que se lo iba a probar. “Para
que vas a ir a cambiarte al baño si lo puedes hacer aquí en el salón”, le dije.
Mi audacia consistía en aquel tiempo en hacer proposiciones que creía que no
iban a resultar y lo cierto es que no recuerdo que ninguna mujer respondiera a
ellas de forma negativa. Creo que siempre respondieron a ellas como a
provocaciones y querían sorprenderme más de lo que yo las sorprendía a ellas.
En fin que se me desvistió delante no sin antes provocar que me atragantara con
el advocat que me estaba bebiendo en un vasito muy chico y muy labrado. Me miró
fijamente, eso es, me miró como respondiendo al reto que ella sabía que me iba
a sorprender, chulo tu, chula yo. Se me desvistió de bragas y todo porque no
llevaba sujetador. Las bragas no eran necesarias para probarse el vestido pero
se las quitó igualmente para superar mi chulería. No sabía donde poner el
vasito labrado con el Advocaat, me creía un dandi por aquel tiempo, pero las
poses se me iban un poco de las manos. Ella se mordió el labio mientras se
quitaba las bragas que una vez en su mano ocuparon sorprendentemente poco
espacio como si las hubiera estrujado; de las bragas en el suelo solo
quedaba a la vista la parte de paño blanca, el reforzamiento. En ese instante,
infinito también, me pareció que me venía una ráfaga de olor, pero por lo que
viví luego ese olor que creí oler fue simple sugestión de mi deseo. Se probó el
vestido que no le quedaba nada bien “espectacular, te queda espectacular. Ya
puedes quitártelo otra vez” Recé para que no quisiera proseguir la cuestión con
el vestido puesto, ya que nunca me ha gustado el sexo con ropa. El desnudo es
mi campo. El desnudo femenino sin aderezos, ese es el caldo de cultivo de mi
deseo, ahí encuentro un campo infinito para mi libido. Se quitó el vestido por
la cabeza y quedó justo ante mis ojos lo que antes dije que tenía muy bonito y
que provocó mi comentario poco acertado.
-Además,
los coños no son bonitos
.Te
equivocas...
Así,
desnuda completamente, con esos senos abarcados casi completamente por un pezón
de piel recia pero con el contraste de una piel suave alrededor, con una
barriga acogedora y un vello de rizo pequeño y que se difuminaba con el color
de la piel, me parecía tocar a Cleopatra.
Nos
estuvimos besando largo rato y no sé como acabé en el escenario como sigue: yo
también desnudo, ella en la cama “estaremos más cómodos”, yo arrodillado junto
a ella, el vasito con Advocaat… ¿Dónde quedó el vasito con Advocaat?...
Y
al primer contacto de mi mano supe que iba a desencadenarse algo inaudito, algo
nunca visto por mí y que temía fuera a sobrepasarme. El deseo, que seguía
existiendo, se mezcló con una extrema curiosidad. Me coloqué como para
contemplar el acontecimiento que sobrevenía porque mi mano no se movía del
mismo lugar donde se colocó no recuerdo en que punto del relato. Ella parecía
temblar, se retorcía desnuda en el sofá y su rostro parecía de sufrimiento,
-¿Estás
bien?
Por
un segundo cambió un poco el rostro para contestarme “Tu qué crees” y retomó lo
que ella estaba allí sufriendo, porque no se me ocurre decirlo de otra forma:
estaba sufriendo placer. Llegados a un punto, se ve que no sabría que hacer con
las manos o que me coloqué de forma adecuada, que ella cogió con naturalidad mi
polla y se la colocó en la boca y como un engendro carnívoro, un monstruo de
carne formamos ahí un todo a la vez acostado y de rodillas moviéndose al son que
ella imponía.
Ella
vibraba y entonces vino el desencadenamiento sucesivo, como en una reyerta,
parecía estar poseída, con un cierto halo de violencia quizá, sujetándome con
la mano inerte, por donde el engendro que formamos nos unía, de sus labios se
sucedieron una dos , tres suspiros sucesivos, cuatro, ¿cinco? “¿Sigo?” me dije
y seguí, seis, todos seguidos pero reconocibles siete, y seguía y no sé si fue
por un calambre en mi mano o por curiosidad que paré, estaba confuso,
sorprendido, anonadado ante el espectáculo:
-¿Eres
multiorgásmica?
Y
visiblemente molesta, sorprendentemente pronto, sin recuperación alguna, esta
mujer infinita, fijando sus ojos negros en los míos me contestó “¿Tu qué
crees?”.
Creyendo no ser ya el mismo, perplejo, me quedé
pensando cuando ella ya se hubo dormido en la mujer y en el placer, es decir,
en la cualidad de lo infinito
No hay comentarios:
Publicar un comentario