"Aquí me tiene, Señoría; conducido por sus ojos alguaciles,
comparezco ante usted prendido entre sus labios. Soy consciente de mi delito y
deseando expiar mi culpa, me entrego confeso a esta nocturna vista oral,
declarándome culpable de deseo; reo de líbida pasión. Solos usted y yo, tan
solo separados por el grafito de raso de una toga que cae, desmayada, lamiendo
su cuerpo arrogante como la piel última contrastada en el candor de su rostro.
Silencio y nadie en la sala. puntados
bajo la seda, sus pechos fiscales me citan y me acusan. Voluptuosa -sabiéndose
ganadora de este contencioso de sudores, flujos, gemidos y suspiros- se arquea
usted sobre el banquillo de los acusados confiada en mi arresto argollado de
grilletes. Quiere conocer de mi caso, expolia mis ropas, se afana en mi cuello,
me inquiere al oído y siento sus manos investigar mi cuerpo en busca de las
pruebas de mi pecado. Mientras sus labios interrogan en silencio toda la piel
que tengo, arrancando mil confesiones bajo la tortura apremiante y rociada de
su boca, un viento agudo, a perfume de mujer madura, confunde mi voluntad y
anula mis sentidos. El sumario de sus quejidos de mujer huida se hace sudario
sobre mi pecho mojado. No hay
derecho ni código que me ampare ante el acoso de la prolija melena que barre mi
vientre desnudo. Aún así, no quiero más defensa que la propia de mi carne de
hombre excitada ni más asistencia letrada que mis ojos por testigos.
Sus caderas me demandan una y otra vez desde el alto estrado de sus tacones. No espero de usted clemencia ninguna, señoría, sino castigo y condena; sed del agua salada de sus adentros. Convicto de sus besos apelo a un entendimiento entre las partes. ¿O no es más cierto que fue su señoría quien me indujo a la quiebra de esta libertad vigilada por el deseo con la artimaña de su andar desdeñoso y arrogante? No tengo arrojo para seguir negando los hechos. Me derrumbo acatando el veredicto implacable de la flor violeta de su vientre. Ejecute sobre mí la sentencia firme de su cuerpo traspasado que yo por mi parte prometo reincidir en el delito por la cadena perpetua de su mirada caída, helada y misteriosa”.
Sus caderas me demandan una y otra vez desde el alto estrado de sus tacones. No espero de usted clemencia ninguna, señoría, sino castigo y condena; sed del agua salada de sus adentros. Convicto de sus besos apelo a un entendimiento entre las partes. ¿O no es más cierto que fue su señoría quien me indujo a la quiebra de esta libertad vigilada por el deseo con la artimaña de su andar desdeñoso y arrogante? No tengo arrojo para seguir negando los hechos. Me derrumbo acatando el veredicto implacable de la flor violeta de su vientre. Ejecute sobre mí la sentencia firme de su cuerpo traspasado que yo por mi parte prometo reincidir en el delito por la cadena perpetua de su mirada caída, helada y misteriosa”.
1 comentario:
Aun siendo mujer, siempre he pensado en el morbo que la jueza debe despertar en el pensamiento masculino. A veces la extrema frialdad es lo que más calienta.
Un inciso de alguien que no soporta el error: "libido" es una palabra llana y, por tanto, no lleva la esdrújula tilde. No confundir con "lívido", que es como se quedan los hombres ante la jueza... ;-)
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