Su marido siempre la acusó de frialdad en la cama. Le reprochaba su devoción por el silencio, su preferencia por la oscuridad y la monotonía de su liturgia nocturna. “Si no fuera porque estás abierta de piernas, serías lo más parecido a una muerta” le espetó en una ocasión. Maldito capullo. La habitual postura de religiosidad misionera apenas se alteraba por un ritmo cansino de caderas poco acompasadas en la oscuridad de la noche. Sólo una letanía entrecortada entre jadeos parecía dar fin a aquella rutina: “me muero, me muero me muero…”. Era el óbito de noches de breviario entreabierto sobre la mesilla y de éxtasis anhelado sobre la humedad de la almohada. “Muero porque no muero…”
Hoy ha notado una frialdad especial. Quizás un silencio más profundo, expectante de una liturgia más propia de vísperas que de completas. Una luz diferente modela la frialdad de los mármoles. Los capullos son de rosas y están a sus pies. El ritmo ha desaparecido aunque su habitual postura horizontal le confiere el sosiego placentero que siempre buscó. No sabe si es eso que llaman orgasmo. No siente que tenga las piernas abiertas…
1 comentario:
Un relato muy muy sugerente
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