La dejó entrar primero en su
cuarto no por mirarle el culo sino por educación. Eligió puerilmente su cuarto,
“Yo me pido en mi cama” y los otros tres se rieron.
Una vez allí de sopetón le
desapareció aquella ensoñación que siempre le provocaba el alcohol y
empezó a ver claramente la nueva
coyuntura, la consecuencia de lo que habían decidido hacía sólo unos momentos
en una sala de la planta de abajo: allí estaba, en su habitación, con la mujer
de su mejor amigo y la mejor amiga de su mujer en disposición, pactada, de
follar.
-Debemos actuar como personas
maduras –dijo su amigo hacía sólo un rato- poniendo una serie de reglas que nos
permitan sobrevivir a esta experiencia y mantener intacto todo como antes…
-Somos gente madura, joder. Es
una vivencia que puede ser muy bonita –dijo la mujer de su amigo.
Su mujer no decía nada. Miraba
tranquilamente a todo el que hablaba sin emitir sonido y, este hecho, le hizo
zambullirse de nuevo en esa nebulosa de dolor que para él había sido siempre
las experiencias anteriores de su mujer. Esa inmutabilidad de ella, ese
consentimiento que era no oponerse a lo planteado, le provocó una mezcla de lujuria y
sufrimiento.
Las reglas que dispusieron fueron
las siguientes:
-no hablar jamás de lo que
ocurriera aquella noche,
-pasar el día siguiente juntos
para evitar huídas hirientes y hacer más fuerte su amistad y
-no hacer ruido ya que los
cuartos estaban muy cercanos.
En la soledad de sus
pensamientos, una vez se encontró a solas con la mujer de su amigo, le vinieron
claramente a la cabeza todas las fantasías que había tenido acerca de ella (que
las había tenido) desde que su amigo se la presentó, a saber: cómo serían sus
pezones, su cara, su ansiedad si la hubiere, dónde dirigiría su mirada una vez
desnudos, etc. De modo que no tuvo que
improvisar, solo poner en práctica la lección tantas veces repasada. Con
diligencia y sin recato.
A la mañana siguiente, su mujer
fue la última en llegar a la mesa. Dio los buenos días. Todos se habían
sonreído un poco forzadamente al encontrarse en la cocina. En silencio se
entretenían cambiando cosas de sitio, preparando el desayuno, poniendo cosas en
la mesa…, todo porque se sentían incapaces de mirarse a la cara. Todos actuaban
con una contenida incomodidad.
Sin embargo, al llegar su mujer
la miró fijamente por ver si en ella descubría alguna señal de lo sucedido
aquella noche. Una felicidad fuera de lo común por ejemplo. Entonces, ella se
sentó en su silla, cogió un trozo de pan en el que untó mermelada y tras un bostezo
que creó expectación en los otros tres dijo:
-La próxima vez lo hacemos en la
misma habitación los cuatro.
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