Se fue desnudando con el pudor dibujado en la piel tostada por Apolo. En los
muslos, las huellas mitológicas que los dedos de Plutón dejaron en su carne de
Proserpina. Sintió el aire de mayo en el pubis dorado, en la flor levemente
entreabierta que ya no sería su secreto mejor guardado. Salió del biombo con
toda su belleza envuelta en el aire tibio del estudio. El artista la miró con
ojos tartamudos. Le temblaban los pinceles, se le derramaba el óleo por las
pupilas dilatadas. Ella se situó en el punto marcado. El pintor empezó a
reflejarla en el lienzo imposible del retrato. Hasta que ella se cansó de estar
quieta y desnuda. Le pidió permiso para descansar un poco. El artista asintió
con un golpe de sienes sudorosas. Ella se giró y fue acercándose a mi asombro.
Me miró como una gacela turbia de deseo. Bajó la cremallera que estaba subida
por la obviedad. No tuvo que desnudarse, porque ya era llama de fulgor viva. El
resto fue un galope que se clavó en el lugar exacto.
-Ahora no quiero que me pinten,
ahora quiero que me hables...
A veces, ser poeta tiene sus
ventajas.
1 comentario:
Genial, pero la imagen no la veo rara, rara, rara.
Pero el relato, precioso.
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