Abrí la puerta con desgana y me di de bruces con sus ojos, unos enormes ojos a los que nunca pude sostener la mirada, aunque esta vez lo hice emulando a una mujer segura.
Hacía tiempo que había dejado de esperar un posible regreso, me había rendido ante la evidencia de su desinterés o, más bien, de su rechazo. Lo invité a pasar. Antes de que pudiera pronunciar palabra decidí besarlo. Sellé sus labios con un beso dulce e intenso como los que él me daba hace tan solo unos meses. Sus brazos me amarraron mientras sentía en mi pecho el rápido latido de su corazón y en mi vientre las ansiosas embestidas del suyo. No hacía falta hablar nada ¿para qué? estaba allí, quitándome la ropa a trompicones, como siempre solía hacerlo, devolviéndome los besos como loco. Sus dedos recorrían mi cuerpo ya desnudo mientras mi lengua transitaba por su piel. Comencé lamiendo su cuello y seguí hasta llegar a sus pezones. Los pezones de un hombre son bastante desconocidos e ignorados pero ineludibles para encender el fuego venidero. Seguí deambulando por su abdomen, rodeé su ombligo, mordí sus ingles y mimé con mis labios todos los alrededores antes de centrarme en lo que realmente me obsesionaba. Estaba hoy dispuesta a tener agujetas hasta en la lengua de las ganas que tenía de saborear el codiciado manjar que la vida me volvía a ofrecer. Me lancé con ganas, pero antes me aseguré de que me estaba mirando. Siempre lo hace y me encanta. Me aparta para intentar agasajarme de la misma forma, pero verlo tumbado es demasiado tentador y aprovecho para ponerme sobre él. Vuelvo a mirarlo muy segura esta vez mientras no deja de manosear mis pechos. Ahora que lo siento dentro de mí entiendo tanta añoranza, tantos pensamientos cargados de deseo… y es que el placer es casi infinito. Lo cabalgo con suavidad pero llevando yo el ritmo, es el único momento de todos en el que la que manda soy yo. Mis gemidos se vuelven gritos y su mirada se vuelve ufana: sabe que me tiene loca. Quiero que cierre los ojos, que disfrute sin ver como mi rostro se deforma por tanto goce.
Han pasado horas, no sé cuantas…me ha despertado un sudor que se ha helado al comprobar que mi amante no está, que nunca ha regresado.
Ayer nos cruzamos entre la gente. Su mirada fue neutra, la mía lo intentó.
Hacía tiempo que había dejado de esperar un posible regreso, me había rendido ante la evidencia de su desinterés o, más bien, de su rechazo. Lo invité a pasar. Antes de que pudiera pronunciar palabra decidí besarlo. Sellé sus labios con un beso dulce e intenso como los que él me daba hace tan solo unos meses. Sus brazos me amarraron mientras sentía en mi pecho el rápido latido de su corazón y en mi vientre las ansiosas embestidas del suyo. No hacía falta hablar nada ¿para qué? estaba allí, quitándome la ropa a trompicones, como siempre solía hacerlo, devolviéndome los besos como loco. Sus dedos recorrían mi cuerpo ya desnudo mientras mi lengua transitaba por su piel. Comencé lamiendo su cuello y seguí hasta llegar a sus pezones. Los pezones de un hombre son bastante desconocidos e ignorados pero ineludibles para encender el fuego venidero. Seguí deambulando por su abdomen, rodeé su ombligo, mordí sus ingles y mimé con mis labios todos los alrededores antes de centrarme en lo que realmente me obsesionaba. Estaba hoy dispuesta a tener agujetas hasta en la lengua de las ganas que tenía de saborear el codiciado manjar que la vida me volvía a ofrecer. Me lancé con ganas, pero antes me aseguré de que me estaba mirando. Siempre lo hace y me encanta. Me aparta para intentar agasajarme de la misma forma, pero verlo tumbado es demasiado tentador y aprovecho para ponerme sobre él. Vuelvo a mirarlo muy segura esta vez mientras no deja de manosear mis pechos. Ahora que lo siento dentro de mí entiendo tanta añoranza, tantos pensamientos cargados de deseo… y es que el placer es casi infinito. Lo cabalgo con suavidad pero llevando yo el ritmo, es el único momento de todos en el que la que manda soy yo. Mis gemidos se vuelven gritos y su mirada se vuelve ufana: sabe que me tiene loca. Quiero que cierre los ojos, que disfrute sin ver como mi rostro se deforma por tanto goce.
Han pasado horas, no sé cuantas…me ha despertado un sudor que se ha helado al comprobar que mi amante no está, que nunca ha regresado.
Ayer nos cruzamos entre la gente. Su mirada fue neutra, la mía lo intentó.
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