Los viernes por la mañana me cito con mi amante. Ese día que parece que el ambiente está algo más relajado, a esa hora en la que la gente trabaja, gestiona o desayuna, nosotros salimos sin ser notados, como diría San Juan de la Cruz, prestos a nuestro feliz encuentro.
Cuando lo veo aparecer tengo que parpadear para poder creerlo, contemplar su deseada figura mirándome desde el portal me hace perder el equilibrio y casi la razón.
Venciendo al vértigo que su presencia me provoca, me acerco a él abducida por sus ojos. Es entonces cuando empieza a besarme; lo sigue haciendo mientras intento cerrar la puerta, le pregunto cómo está o mientras me desguaza la ropa. A partir de ahí me dejo llevar, me pongo en sus manos, manos que indagan en todos los recovecos de mi cuerpo…. claudico, estoy a su merced, me conduce con sus caricias por los intrincados laberintos del deseo. Con mi boca recorro el mapa de su piel y voy parándome en todos sus pueblos, ‘lugares con encanto’ que ninguna guía se atrevería a describir y en cuyas veredas me gusta perderme.
Nadie sabe, nadie sospecha, nadie conoce el secreto de esta pasión que me inquieta.
Apasionado amante cuyos silencios no alcanzo a descifrar, entre nosotros no hay preguntas ni reproches ni siquiera la certeza de un nuevo encuentro. El limitado tiempo que tenemos se me hace corto, desearía seguir abrazada a él desnuda durante horas, acariciarlo ya sin la premura del deseo mientras el calor que desprende su cuerpo me alivia el alma. Pero el tiempo siempre vuela…
Vuelvo a mirar el reloj. Un suspiro se esacapa mientras sonrío. Ya falta menos para que llegue el viernes, para esa ansiada horita de los viernes.
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