Y llegó. Subió los últimos escalones, golpeó varias veces con el ritmo de un tango. Paula le abrió la puerta. Allí estaba, con esa camiseta al hombro descubierta y los labios heridos. Parecía que iba a salir después del encuentro. Le puso una mano sobre las costillas, con delicadeza y se puso de puntillas. Su escote no era sino lo segundo más bonito que un hombre pudiera ver nunca. Paralizaba cualquier pensamiento o palabra de Juan. Le dio un sólo beso en la mejilla apresurado que el sintió en los labios y se separó, para no abrazarlo. Estaba sudado, y apestaba a colonia. Los nervios pudieron con el chico y se le cayeron los apuntes y el casco, fue a recogerlo y se arrepintió a medio camino. Se había descubierto. La erección era en un sólo sentido y no había marcha atrás. Miró a Paula, y a ella le temblaron los ojos: se había dado cuenta.
Se precipitó a farfullar, excusarse con lo que fuera, pero ella no lo dejó. Portazo.
"Puto salido"
"Soy un puto salido"
Pensaron simultáneamente…
Ella correría a mirarse en el espejo. A tomarse la temperatura. Se pondría la mano en la frente. No podía ser. Se había fijado otras veces. Aquel tamaño era descomunal para un chico de dieciséis. Noelia también estaría en el cuarto de baño. "¿Qué te pasa que estás tan atacada?" Paula le comentaría entonces lo estúpida que se sentía por fijarse en un niñato, que ella no podía controlarse, que le había dado un portazo en las narices, que qué vergüenza, por Dios. ¿Qué va a pensar la madre de mí? Ya no podré darle más clases... Y ese tamaño... Noelia se secaría su melena rubia mientras la escuchaba. Sacaría una pierna desnuda de la ducha y la callaría con un beso. También se había fijado en él. Conocía esa sensación. Paula estaba caliente, sudada, alterada... Excitada. Lo sabía y sabría controlarla; Colocaría sus manos sobre ella, sus costillas, y la recorrería. La recorrería con dulzura, comenzando por las costillas anticipando al rozamiento de sus deditos en la entrepierna, chirriando contra el pantalón, hasta que al fin sonase el cascabeleo de la correa; Entonces sus vaqueros cederían a la vez que Paula se liberase de la camiseta. Será mentira si su ropa interior de encaje encaja con su cuerpo. La libertad rebosaría desde su escote estallando con cada pulsación y apenas colaría, rubia, sus mechones entre esos pechos mientras se besasen, cuando apartaría las braguitas de ésta...
Juan no pudo más, la mano con la que se apoyaba en la pared cedió y casi se abre la cabeza. Dejó la tapa perdida, la camiseta y la mano, pero se había quedado tan a gusto que le importó bien poco. «No puedes echarme de mi cabeza, aunque me eches de tu casa» y sonrió sabiendo que se iba a vengar de ella, cada vez que quisiera y que iba a disfrutar de ello. Tiró de la cisterna. Se miró al espejo antes de lavarse las manos. Noelia. Definitivamente estaba enamorado. Su hermana sería una estrecha hipócrita reprimida, pero Noelia era perfecta... tenía que serlo. Sus curvas, su cadera, sus labios mate, separados... La voz que lo infarta (aunque sólo su visión, lo hubiera matado)
[i] En esa zona prohibida, que tienta al beso de verdad, que roza la comisura.